1 – Rezar es mucho más que recitar fórmulas, repetir palabras, entonar letanías.
Cuando Jesús se retiraba a lugares solitarios para rezar, los discípulos querían comprender lo que estaba haciendo, aprender de él sin molestarlo, sin perturbar Su soledad.
Aprender una oración es fácil. Se trata de memorizar una fórmula, una forma de recitarla, unas reglas para adoptar cuando se pronuncia. Pero esta no es más que la exterioridad, y muy a menudo la exterioridad, si es un fin en sí misma, es inútil. Del mismo modo es inútil, o incluso contraproducente, orar por deber o temor, temiendo cualquier represalia de nuestro sacerdote de referencia o, incluso peor, de Dios mismo.
La oración tiene su propia poesía, una belleza en ella, y solo entendiéndola se puede comenzar a orar de la manera correcta, volviéndose a Dios con el fin de ser escuchado y encontrar en este momento una experiencia que nos enriquece y nos permite hacer frente a todos los días de la manera correcta.
La oración nace de la vida, se amalgama con ella, se inspira y forma parte de ella. De lo contrario, es solamente un ejercicio de memoria, una práctica de devoción vacía y estéril, tal vez precisa y oportuna en su ejecución, pero vacía de significado, sin corazón y sin amor.
Ciertamente no es así, que oraba Jesús. Sus oraciones no eran meras palabras, fórmulas bien pronunciadas. Jesús oraba con el cuerpo, con la mente, con el corazón, con todo el espíritu. Su oración era una experiencia trascendente, que rompía todos los patrones, subvirtiendo los sentidos, involucraba completamente a su persona. Esto es lo que Él nos pide que hagamos cuando recemos, este es el secreto de Su oración.
Imitando a Jesús, simplemente siguiendo sus indicaciones, podemos aprender a orar correctamente. Ya está todo escrito, todo contenido en sus palabras simples y claras. De hecho, Jesús dijo: “Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público. Y al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro…” (Mt.6.6)
2 – Rezar es encontrar a Dios Padre
Cuando rezamos correctamente, entramos en una relación profunda con Dios, nos colocamos en una posición para acogerlo y conversar con Él, como si fuéramos a encontrarnos con un amigo. En realidad, un Padre. Salimos de nuestra realidad a sumergirnos en la realidad de Dios, en su tiempo, en el lugar que no es un lugar donde podemos encontrarnos para hablar juntos.
La oración no necesita ostentación. No es espectáculo, repetición mecánica. No necesita ser vista por otros, admirada, alabada. Es una experiencia íntima que debe ser vivida en su propia interioridad, en el silencio y en la tranquilidad de la habitación, o simplemente en la propia mente, en una soledad también sólo interior, pero que nos permite entrar en contacto profundo con nosotros mismos, primero que todo, y luego con Dios.
La oración es una especie de secreto entre nosotros y Dios. Es una experiencia basada en la relación entre Dios Padre y nosotros, que somos hijos, y por lo tanto, requiere una dimensión familiar, íntima y espontánea. La oración que vivimos solos en nuestra habitación no es la que compartimos con otros fieles en las celebraciones públicas. Lo único que cuenta es relacionarse con Dios Padre, que puede ver en nosotros, en nuestra intimidad, y reconocer el secreto del amor que guardamos. Es por eso que tenemos que cerrar la puerta, dejando salir cualquier preocupación y pensamiento que no sea encontrar a Dios.
Jesús nos enseña que cuando oramos debemos volvernos a Dios como Padre. En esta palabra, Padre, ya hay todo el significado de nuestra oración, todo lo que quiere expresar y también lo que no podemos expresar con palabras. Llamar a Dios Padre es el preludio de todo lo que viene después, las cosas de las que queremos contarle, las confidencias que queremos compartir con él. Es con un Padre infinitamente amoroso y bueno que nos estamos abriendo, que estamos eligiendo mostrarnos cómo somos realmente, sin barreras, sin máscaras, con total humildad y espontaneidad.
3 – Rezar también es Silencio
Aquellos que sólo hablan con palabras, preocupándose sólo por el número de oraciones que tienen para recitar, por lo que deben decir y cómo decir, hacen de la oración un deber, un momento de aburrimiento, imposición, monotonía. Aquellos que oran con el corazón y con el espíritu ni siquiera necesitan palabras. Su oración se hace a menudo de silencio, un silencio que excluye el estruendo del mundo, que deja fuera el clamor de la multitud, el ruido de los pensamientos, y proporciona acceso a un diálogo privado y secreto, un enfrentamiento precioso e invaluable con Dios, y solo con Él, que ni siquiera necesita palabras para ser consumido.
Orar no es descender por un camino corriendo, rodando como piedras, quizás conteniendo la respiración, hasta llegar a la línea de meta del “Amen”, como si uno tuviera que ganar un premio. A menudo, asistiendo a oraciones comunes, se sienten las personas orar así, ¡casi compitiendo para ver quién llega primero al final! Esta ansiedad de llegar, de sacudirse el deber de esas palabras pronunciadas demasiado rápido, no pertenece a la oración. La oración requiere una espera, requiere calma, paz, libertad. Para orar, debemos olvidar nuestro tiempo y adaptarnos al tiempo de Dios, por el cual mil años son un día. Sólo podemos vivir en Su espera, poniéndonos en condición de acogerlo cuando decide escucharnos, para llenar la distancia que nos separa de él, y que ciertamente no podemos llenar persiguiéndolo y gritando para obligarlo a escucharnos.
Rezar debería ser como caminar en un bosque silencioso, disfrutar el placer de cada paso, saboreando la belleza de lo que estamos experimentando, como si pudiéramos admirar el esplendor del follaje besado por el sol, escuchar el dulce canto de los pájaros escondidos en las frondas.
Una oración recitada es sólo sonido. Una oración sentida es luz, una luz que nos enriquece descendiendo en nosotros como una paz profunda.
Para orar en silencio primero debemos olvidar las palabras, pensamientos y fantasías. Toda nuestra concentración, toda nuestra voluntad debe ser dirigida a Dios.
4 – Ser pobre ante Dios
Aún así, rezar es declararse pobre ante Dios. Admitiendo el propio ser Nada frente a su ser Todo. Es una actitud indispensable porque es con ella que admitimos nuestra dependencia de Dios, nuestra necesidad de Él. Sin Dios, todos nuestros proyectos, nuestras esperanzas, también nuestras habilidades y talentos son nada. Ser pobre ante Dios significa presentarse a Él con total confianza, sin poseer nada más que nuestra Fe. Dios puede elegir no contestarnos, no enviarnos ninguna señal. Todo es incierto, provisional, precario. Solo la Fe nos apoya, la conciencia de que Dios es infinitamente bueno y amoroso, y tarde o temprano nos responderá. Entonces debemos confiar en él por completo. Cuando le rezamos a Dios, en primer lugar, debemos recordar agradecerle por su inmensa generosidad, por la vida que nos ha dado, por todos los maravillosos regalos con los que nos ha enriquecido. La gratitud es una gran manifestación de Fe, y nunca deberíamos cansarnos de agradecer a Dios, no sólo por nosotros, sino también por todos aquellos que no hacen lo suficiente.
5 – Rezar no es imaginar a Dios. Es comunicar con él
Cuando oramos debemos enfocarnos en Dios, pero no en su imagen, sin fantasear con él. El diálogo con Dios no requiere que lo tengamos figurativamente antes, que le demos una cara, una apariencia. Es algo a sentir dentro de sí mismo, una experiencia que requiere serenidad, calma, concentración, para mantener encendido, un contacto de lo contrario efímero.
Tenemos que darle toda nuestra atención, escuchándolo, con el alma pura, y la mente libre de cualquier pensamiento.
6 – Rezar es escuchar a Dios
Nuevamente, rezar requiere una escucha total e incondicional a Dios, de Su palabra, de Su voluntad.
Cuando rezamos, no somos los protagonistas de lo que está sucediendo: es siempre y sólo Dios. Nos ponemos en espera de Dios, para escuchar, para comprender lo que tiene que decirnos, para entender lo que se espera de nosotros. Podemos recurrir a él para pedirle consejo, para desahogar nuestros sufrimientos, para buscar respuestas a nuestros miedos, pero Él nos responderá sólo cuando estamos dispuestos a escucharlo, cuando nos ponemos en un estado de humilde expectativa de su palabra.
7 – La oración es confiar en la voluntad de Dios
La voluntad de Dios es todo lo que importa. Amar a Dios significa acoger Su voluntad como nuestra y aceptarla, hacerla y cumplirla. Es entonces cuando Dios nos llena con su amor. Cuando amamos a alguien, tratamos de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para complacerlo, hacerlo feliz. Para hacer lo que él o ella le gustaría que hacer. Así debe ser con Dios. Cuando lo oramos, podemos pedirle peticiones, preguntas, dudas y desahogar la ira y el dolor, pero al final, lo único que tenemos que hacer es confiar en su voluntad, para hacer lo que Él nos pide, sin demora.
8 – La oración nos da el poder de enfrentar cada prueba, todos los días
Rezar también debe ser una especie de ‘recarga’ energética para nosotros. Cuando rezamos, de hecho, estamos investidos con el poder de Dios, su energía inagotable. Él puede darnos el vigor que necesitamos para enfrentar cada obstáculo, cada adversidad. Si actuamos en Su voluntad, si confiamos en esa, sin vacilación, listos para esperar Su respuesta, Dios nos hará lo suficientemente fuertes como para enfrentarnos a todos los obstáculos. Si realmente creemos en su fuerza, nosotros también seremos fuertes, invencibles.
9 – Rezando también con el cuerpo
Nuestro cuerpo es un carro maravilloso que Dios ha creado para que podamos aprovecharlo al máximo. Lamentablemente, también está sujeto a límites y necesidades, a enfermedades y sufrimientos, que sólo pueden limitarnos o incluso evitarnos de rezar. Es importante encontrar una posición que concilie la oración y la concentración, que nos permita mantenernos firmes y respirar con facilidad durante todo el tiempo que sea necesario para estar en contacto con Dios. Nuestro cuerpo debe ser solamente otro instrumento de nuestra oración.
10 – Elegir el lugar y el momento adecuado para rezar
Es necesario elegir un lugar, así como una hora del día, que puedan alentar la oración.
La concentración es importante, fundamental, y debemos hacer todo lo posible para evitar distraernos con cualquier contaminación externa. Incluso Jesús prefería aislarse, elegir lugares desolados y abandonados por los hombres para volverse hacia Dios el Padre. Así tenemos que hacerlo, eligiendo el lugar más agradable. Del mismo modo, tendremos que elegir un momento del día adecuado, mejor si siempre es el mismo, para crear un hábito que nos dé, todos los días, un momento solamente para nosotros y para Dios.