El Covid-19 ha provocado una emergencia sanitaria sin precedentes para el mundo moderno. Descubramos cómo la Iglesia Católica se ha comprometido contra esta calamidad y cómo continúa su batalla en la primera línea en esta nueva etapa.
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Hay situaciones en la vida de una comunidad pequeña o grande que no se pueden definir excepto con el término calamidad. Si buscamos el significado de esta palabra en el diccionario, encontramos esta definición: Grave desventura, evento fatal que afecta a muchas personas o a toda una comunidad, involucrando medidas especiales.
No hace falta consultar un diccionario para darse cuenta de que la pandemia Covid-19 que ha golpeado con especial violencia al mundo entero y a nuestro país en los últimos meses cae en todos los aspectos dentro de esta definición. Una grave desventura, que provocó la muerte de miles de personas, la destrucción de familias, que fueron literalmente diezmadas, desmembradas, sin siquiera el consuelo de una última despedida. Es inútil contar, dado que la gente sigue muriendo, aunque con menos frecuencia, al menos en nuestro país en este momento. Una desventura que requirió la intervención del Estado y de todos los órganos de poder posibles, para introducir medidas especiales que han trastornado y cambiado los hábitos de vida de todos los miembros de nuestra sociedad, hombres, mujeres y niños, subvirtiendo una existencia compuesta de trabajo, escuela, oportunidades de encuentro, que quizás dábamos demasiado por sentado.
El voluntariado católico en la primera fase
Para hacer frente a esta calamidad, también la Iglesia se ha organizado desde el principio, golpeada en su esencia por la imposibilidad de celebrar la Misa, de reunir en sus espacios consagrados y no consagrados a todos los que habitualmente encontraban consuelo y ayuda en ella. Como debe ser, en estas situaciones de emergencia los primeros destinatarios de esta ayuda material, pero también espiritual, fueron los más necesitados y vulnerables, en nombre de una caridad que, no nos cansaremos de repetirlo, no se limita a ofrecer dinero en limosna. La Caridad cristiana implica la voluntad de acoger, de ofrecer su tiempo y energía al prójimo, de ponerse al servicio de los demás, de los pobres, de los más desdichados, en emulación de Cristo y de aquellos que, como él, sacrificaron su vida por un bien mayor, por un anhelo de justicia inefable. Pensamos en la Madre Teresa de Calcuta, uno de los ejemplos más brillantes de caridad cristiana de nuestro tiempo, pero también pensamos en todos los voluntarios que en nuestro país y en el mundo están comprometidos a marcar la diferencia en situaciones de privación, pobreza, enfermedad, guerra, injusticia social.
Durante la emergencia de Covid-19 no faltaron voluntarios, y afortunadamente. Pensemos en los muchos médicos, enfermeras, religiosas y sacerdotes que han trabajado duro para asistir a los enfermos, poniendo en riesgo su vida y perdiéndola muy a menudo. Pero el voluntariado no se detuvo allí. La calamidad, además de los enfermos, ha creado una nueva multitud de personas desfavorecidas, desde los ancianos abandonados a sí mismos, en residencia de personas mayores y más aún en sus hogares, sin ayuda, sin nadie que cubra sus necesidades primarias, desde las compras hasta la atención médica, hasta la simple escucha. Con ellos, los muchos que han perdido sus trabajos o que se han enfrentado a la pandemia sin dinero suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias. Algunas diócesis han puesto a disposición camas e instalaciones para acomodar a quienes no podían pasar la cuarentena en su hogar, o quienes, dados de alta del hospital, no podían quedarse solos.
La ayuda que los voluntarios católicos brindaron a estas personas más débiles y expuestas en la primera fase, cuando incluso salir de casa para hacer la compra se había vuelto prohibitivo, fue de primordial importancia tanto a nivel práctico, psicológico y humano.
Pero aún no ha terminado.
Los voluntarios hoy
Lentamente, dolorosamente, nuestro país ha comenzado a salir del infierno de la primera fase. Un mayor conocimiento del virus, la capacidad de prevenir el contagio y de tratar a los que se enferman de manera oportuna y correcta, ante un desconocimiento e incapacidad casi total de las primeras semanas, ha permitido intentar gradualmente un regreso a la vida del pasado. Es prematuro hablar de vuelta a la normalidad, porque la amenaza del Covid-19 sigue siendo terriblemente real, y en esta nueva etapa requiere una serie de restricciones y reglas para limitar la afluencia de fieles dentro de los lugares de culto y, en general, de ambientes vinculados a la Iglesia, como oratorios y campamentos.
Distanciamiento, dispositivos de protección, escalonamiento, control, se han convertido en consignas esenciales para acceder a las iglesias y a cualquier otro lugar público. Precisamente para dar cumplimiento a estas nuevas disposiciones, además de la colaboración de la Policía Local y Protección Civil, es necesario el compromiso de los voluntarios para controlar la concurrencia a los lugares de culto y reunión, la entrada y salida de los fieles de la iglesia con motivo de la Misa u otras ceremonias, como funerales, que finalmente se pueden volver a celebrar.
Coronavirus: dispositivos para celebrar la Misa
Aquí están los dispositivos de seguridad y protección esenciales para sacerdotes y fieles.
La ayuda de voluntarios es necesaria en muchos casos, también como referentes para niños y jóvenes en los oratorios, centros juveniles y campamentos. Los voluntarios deben ofrecer un servicio de conexión e información, así como entretenimiento real para los niños que ahora podrán estudiar juntos y jugar al aire libre y en los espacios designados.
Es fundamental conocer las pautas definidas por las distintas Regiones en cuanto a las actividades que involucran a niños y jóvenes en estos meses. En esta fase, los voluntarios debidamente capacitados podrán reemplazar o apoyar a los operadores ya activos en las diversas realidades. Será fundamental que todo el personal esté informado sobre las normas de prevención del Covid-19. Su tarea también será garantizar que los niños cumplan con las reglas, por ejemplo, lavarse las manos en cada entrada y el distanciamiento necesario.
Los niños se dividirán en pequeños grupos, dependiendo de la edad, por ejemplo (rango de infancia, rango de escuela primaria, rango de escuela secundaria), dando espacio y prioridad a niños discapacitados o niños de familias débiles o con padres que no tienen tiempo para cuidarlos. En cualquier caso, el número de niños admitidos debe definirse en función de los espacios disponibles y el número de animadores-educadores disponibles. Un operador por cada 4-5 niños debería ser adecuado.
Los operadores deberán conocer con anticipación los espacios disponibles para planificar las actividades. Estos espacios deben higienizarse con la frecuencia adecuada para su uso.
Será tarea de los voluntarios y operadores asegurar que los niños respeten las medidas higiénico-conductuales, teniendo en cuenta también su edad y grado de autonomía. Podría ser conveniente transformar ciertas imposiciones, como lavarse las manos con frecuencia, no toser ni estornudar sin protección, mantener una distancia física de al menos un metro entre las personas, no tocarse la cara con las manos, en una especie de juego, para involucrar incluso a los más pequeños.
Accesorios necesarios para voluntarios de centros juveniles, oratorios, campamentos
Así como para acceder a las iglesias, también se requerirán dispensadores de solución hidroalcohólica regulares para la higiene de manos en oratorios y lugares de encuentro para niños, en particular en los puntos de entrada y salida.
Incluso los juguetes o juegos al aire libre deberán ser higienizados y desinfectados con productos adecuados, cuando sean utilizados por diferentes grupos de niños, de la misma forma que en las áreas comunes que, como ya hemos dicho, deberán limpiarse todos los días e higienizarse muchas veces con detergentes eficaces.
Sin embargo, estas normas de higiene siempre deben estar acompañadas por el uso de dispositivos de seguridad esenciales, tales como las inevitables mascarillas.
En vista de la reapertura de oratorios y centros juveniles, Holyart también ha pensado en la creación de pecheras para que la figura del operador y el voluntario al que se hace referencia sea más fácilmente identificable.
Las pecheras son azules y cada una lleva imprimida el logo de Holyart y la palabra VOLUNTARIO en diferentes idiomas.