Una florecilla para la Virgen, un pequeño signo de devoción para manifestar un gran amor. Pero ¿cómo hacer que sea realmente bien recibida?
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Partamos de la premisa de que, como todos los actos de amor, una florecita para la Virgen, o a Jesús, será seguramente apreciada por los que la reciban. Un poco como cuando, de niños, regalábamos una flor a nuestra madre, o un pequeño trabajo que habíamos preparado en la escuela, con ocasión de su fiesta. Quizá no era gran cosa, pero lo habíamos preparado con mucho amor, con mucho esfuerzo, y era ese amor y ese esfuerzo lo que lo hacía verdaderamente precioso.
Así sucede cuando hacemos una florecilla a la Virgen, sobre todo en determinados momentos del año litúrgico, en los que la meditación y la oración deberían ocupar una parte de nuestro tiempo diario. Pensemos en el Adviento, la Cuaresma o en algunos meses en particular, como mayo, mes dedicado a la Virgen María, junio, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, y octubre, mes dedicado al Santo Rosario.
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Una demostración de amor, pues, un sacrificio, una renuncia a algo que valoramos, pero otorgado con la misma ligereza con la que se regala una flor. Como algo que no nos pesa, algo que podemos soportar con coraje y gracia.
¿Qué es una florecilla religiosa?
Un sacrificio, dijimos. Una renuncia. Pero lo que realmente cuenta es el espíritu con el que decidimos prescindir de algo que nos gusta, o nos importa. Si desde el principio nuestro pensamiento es sólo hacer un intercambio con la Virgen o con Jesús, no estamos en el camino correcto. La Florecilla no es un do ut des, un hacer algo esperando otra cosa a cambio. No es una moneda de cambio.
Lo único que debe movernos al hacer una Florecilla es el Amor.
Somos nosotros los que elegimos a qué renunciar, buscando en nuestro corazón algo que nos importe de verdad. No se tratará de una renuncia infinita, normalmente las Florecillas tienen una duración, pero eso también lo determinamos nosotros. Ninguna imposición, ninguna obligación. Sólo que, una vez que lo hayamos decidido, debemos ser firmes, constantes, de lo contrario nuestra Florecilla pierde su valor.
Un gesto espontáneo, por tanto, no movido por un motivo ulterior, ¡de lo contrario sería un chantaje, no un gesto de amor! El vehículo con el que debemos dirigir este gesto es la oración, y de la oración la Florecilla debe tener la solemnidad, la plena conciencia de lo que estamos pronunciando. Al igual que la oración, no se compone sólo de palabras alineadas una tras otra, sino que lo que cuenta es el sentimiento que le infundimos, la actitud de nuestro espíritu.
Pero ¿a qué tenemos que renunciar? Un postre favorito, Facebook, una cita con los amigos, un objeto que apreciamos. No es necesario exagerar. Incluso hacer pequeños servicios en casa, sacar la basura o quitar la mesa, dedicar tiempo a alguien que solemos dar por sentado, como una persona anciana, un vecino un poco aburrido, pero tan solo. O tomarse un poco más de tiempo para rezar, cada día, para hablar directamente con Jesús, o con la Virgen. Estas son las Florecillas apreciadas, las que puestas todas juntas crean un precioso parterre, una especie de Jardín del Edén en miniatura. Cuanto más cueste el sacrificio, más agradable será a los ojos de Dios.
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Hacer una florecilla para la Virgen
En mayo, nuestros pensamientos más tiernos y nuestras oraciones se dirigen especialmente a Nuestra Señora, la Madre de Jesús. Aquella que le transmitió todo, que lo atendió y lo educó como la más cariñosa de las madres. No es casualidad que en mayo celebremos también el Día de la Madre. Así como el Niño Jesús se confió completamente a su madre, María, también nosotros, en este mes más que nunca, podemos hacerlo. Confiarse a María significa acoger en el propio corazón y en la propia vida su bondad, su misericordia y, sobre todo, su fe en la voluntad de Dios. Convirtiéndonos en hijos de María nos convertimos así en hermanos y hermanas de Jesús, nos acercamos a Él, nos volvemos un poco más semejantes a Él.
La mamá es, por tanto, una presencia fundamental en la vida de un niño. Don Bosco, famoso sacerdote y pedagogo italiano, fundador de las congregaciones de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, subrayó a lo largo de toda su vida lo importante que había sido para su vocación su mamá, Margarita. Pero también María, la madre celestial del buen santo, pero también de cada uno de nosotros, fue fundamental. Ya de niño saludaba a la Virgen tres veces al día, por la mañana, a mediodía y por la noche, con la oración del Ángelus. Esto se debe a que Don Bosco sentía a la Virgen como su mamá en cada momento, mientras rezaba, mientras trabajaba, en todos los momentos buenos y en todos los malos, en las alegrías como en las penas. Una dimensión familiar del amor, no muy distinta del que se siente por la madre natural, y es precisamente a este tipo de amor al que él invitará también a sus jóvenes, hacia María.
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También la práctica de las Florecillas para la Virgen era muy querida por Don Bosco. Sus Memorias están llenas de referencias a las Florecillas.
«Durante el mes de mayo, se hacía diariamente en la capilla del Oratorio, alguna práctica de piedad en su honor, y especialmente los sábados se tenía una lectura de las glorias de María o se daba un sermoncito. Pero, a partir de este año (1852), empezóse a ofrecerle regularmente cada noche flores en los dormitorios, flores espirituales, en el mes de las flores materiales. Don Bosco anunciaba cada noche la florecilla y la jaculatoria para el día siguiente» (de las Memorias Bibliográficas IV, p.405).
La Florecilla para la Virgen como flor que ofrecer, por tanto, esto es lo que el buen Santo pedía a sus muchachos. Y es interesante ver cómo a veces las Florecillas que pedía eran oraciones especiales, o escuchar la misa con particular devoción, o rezar por las almas del Purgatorio, otras veces cosas mucho más relacionadas con la vida cotidiana. He aquí un ejemplo:
«Que esta sea pues la florecilla para todos: hablar siempre en italiano y avisarnos para que lo hagamos si alguien no se acuerda.»
Florecillas para niños
Pero ¿cómo explicar las Florecillas a los niños? A menudo, sobre todo cuando se acercan las fiestas de Navidad o Pascua, se pide incluso a los niños más pequeños que hagan una Florecilla a la Virgen, por el bien de mamá, papá y toda la familia. Pero es fundamental que ellos entiendan bien de qué se trata. Explicarles que hacer una Florecilla es como regalar una flor es, quizá, la manera más sencilla, y también la más verdadera.
Si le das una flor a mamá, mamá estará contenta, porque sabe que la quieres. Del mismo modo, si ofreces una Florecilla a la Virgen o a Jesús, ellos también sabrán que los quieres y que te preocupas por ellos. Pero las flores que se regalan en el Paraíso no son como las que florecen en los prados. No tienen pétalos ni hojas, sino que están hechas de buenas acciones.
Así, si ayudas a poner y quitar la mesa, estás dando una flor a la Virgen.
Si no haces un berrinche para ver la televisión, le estás regalando una flor a Jesús. Cuando pones orden en tu habitación, o ayudas a hacer algo en casa, nacen nuevas flores en el jardín del Paraíso, y eres tú quien las hace brotar.
También es importante asociar estas buenas acciones y pequeñas renuncias con una oración, porque así el niño entenderá que ésa es la forma correcta de hacer para que Jesús le escuche.
Sobre todo, hacer que la Florecilla sea un acto alegre, que alegra a quien la hace incluso antes que a quien la recibe. Así es como debería ser, y los niños son quizás, por su propia naturaleza, más capaces de entenderlo que muchos adultos.
Florecillas de San Francisco
San Francisco de Asís también era un gran defensor de la práctica de las Florecillas, aunque, en su caso, el término abarca un abanico mucho más amplio de gestos, palabras y actos. De hecho, por Florecillas de San Francisco se entiende una colección de milagros y ejemplos devotos tomados de la vida del Santo de Asís y de sus discípulos. Se trata probablemente de una traducción del texto latino Actus beati Francisci et sociorum eius atribuido al hermano Hugolino de Monte Santa María.
No se puede hablar de Florecillas en el sentido que hemos considerado hasta ahora, más bien el texto narra el nacimiento de la Orden franciscana y la vida de Francisco y sus cofrades. Pero el tono general de la obra, casi de cuento, parece hecho a propósito para enfatizar las que eran las virtudes del Santo de Asís, su modestia, su humildad, su sentido de justicia y caridad, su amor fraternal por todos los hombres, pero también por los animales y por toda la creación. En este sentido, casi podemos leer cada gesto, cada acto de la vida de San Francisco como una Florecilla, un acto de amor puro, sincero y desinteresado dirigido a Dios.