El proceso de Santificación consta de diferentes etapas y se extiende a lo largo de mucho tiempo. He aquí cómo se llega a ser Santo
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¿Cómo llegar a ser Santo? Parece una pregunta trivial, pero en realidad no lo es. El proceso de santificación es largo, se articula en varios momentos e implica un profundo análisis de la vida del protagonista, así como de los acontecimientos posteriores a su muerte. Si quisiéramos resumir en tres puntos lo que se requiere para ser elevado al estado de Santidad, podríamos decir que para llegar a ser Santo se debe:
- estar muerto,
- haber realizado un milagro,
- pasar por un proceso de canonización.
En cambio, si queremos profundizar en el asunto, recordemos en primer lugar que para la Iglesia católica todo aquel que ha recibido el Bautismo es Santo, donde el apelativo Santo tiene el significado de bendito, santificado, miembro efectivo de la Iglesia entendida como Comunión de los Santos, de la que forman parte todos los bautizados, vivos y difuntos.
Pero cuando se habla de Santos, se piensa inevitablemente en aquellos hombres y mujeres que eligieron vivir siguiendo el ejemplo de Jesús, obedeciendo Su mandamiento de amor, llevando una existencia iluminada por la Gracia divina, ejerciendo las virtudes cristianas de forma heroica o muriendo en nombre de su propia fe.
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Aunque genéricamente la palabra Santo desde la antigüedad ha indicado algo o alguien vinculado a la divinidad, o inviolable, del latín sanctus, participio pasado de sancīre, por tanto, protegido por una ley, por una sanción, con el tiempo y en el ámbito de la Iglesia católica ha ido adquiriendo cada vez más el significado de digno de devoción, venerado, y equivalente a estar en Cristo.
En el Cristianismo primitivo, todos los cristianos bautizados eran considerados Santos, y Verdaderos Santos aquellos que eran capaces de realizar milagros.
Con el comienzo de las persecuciones contra los cristianos surgieron las figuras de los Santos Mártires, que morían por la Fe.
En la Edad Media empezaron a afirmarse los Santos Confesores, que habían vivido y testimoniado su propia Fe durante toda su vida con palabras y obras.
Con el advenimiento de la Reforma, la veneración de los Santos se convirtió en uno de los puntos de división entre Católicos y Protestantes, ya que estos últimos rechazaban cualquier autoridad religiosa que no fuera Dios y, por tanto, consideraban la devoción a los Santos una forma de idolatría.
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Hemos mencionado dos modelos diferentes de Santidad, y de nuevo resumiendo, podemos afirmar que existen dos tipos de Santos:
- los confesores, testigos de su propia Fe;
- los mártires, perseguidos y a veces asesinados en nombre de su Credo, del que no quisieron renegar ni siquiera ante la muerte.
En cuanto a los Mártires, hemos precisado que sólo a veces son asesinados, porque no es indispensable morir para demostrar el propio amor a Dios. La Iglesia también reconoce el Martirio blanco de aquellos que son perseguidos por su propia Fe, pero no necesariamente asesinados. Luego está el Martirio verde de los que eligen someterse a ayunos y privaciones, optando por la soledad, y por último el Martirio rojo, de los que mueren en nombre de Dios. A lo largo de los siglos, se han identificado otras categorías de Santos: las vírgenes, los doctores de la Iglesia, los educadores, y así sucesivamente.
Desde 2017, además de Confesores y Mártires, también pueden ser Canonizados aquellos que han hecho ofrenda de su vida, sacrificándose por los demás.
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Veamos, por tanto, cómo llegar a ser Santos.
¿Cuál es la diferencia entre Santificación y Beatificación?
Se suele hablar de Santos y Beatos. No es lo mismo. Con el apelativo de Siervo de Dios se define al fiel católico cuya Causa de Beatificación y Santificación o Canonización ha sido iniciada.
Beato es quien es reconocido como ascendido al Paraíso mediante el proceso de Beatificación, por sus extraordinarias buenas obras y devoción a Dios fuera de lo común. Como beato es admitido en Su presencia y puede interceder ante Él por los fieles que le rezan. Pero su veneración universal no está permitida, sólo la devoción en las iglesias que reconocen oficialmente el culto a ese Beato. En el origen del proceso de beatificación hay una causa de Beatificación apoyada y alimentada por los fieles. En primer lugar, está la fama de santidad que rodea a una persona y que puede conducir al proceso de Beatificación, y eso empieza por aquellos que conocieron al aspirante a beato.
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El Santo es aquel a quien la Iglesia reconoce universalmente la veneración, mediante el proceso de Canonización, que dura años. En el curso de este proceso, deben probarse los milagros realizados por el Santo y establecerse con precisión lo que hizo para servir a Dios y a la Iglesia. Sólo una vez que ha sido declarado Santo podrá ser oficialmente venerado de forma universal.
Queriendo distinguir entre canonización y santificación, por canonización se entiende la declaración de santidad de un cristiano difunto, mientras que por santificación se entiende el proceso real que reconoce a un candidato primero siervo de Dios, luego venerable, después beato y finalmente Santo. En realidad, los dos términos se utilizan alternativamente.
¿Quién decide la Santificación?
En la antigüedad, bastaba la aclamación popular para que un hombre o una mujer se convirtieran en Santos. Posteriormente, la Iglesia decidió regularizar el proceso con un código específico definido por el derecho canónico.
Es la Congregación para las Causas de los Santos la que se ocupa de los procesos de Beatificación y Canonización. Su sede se encuentra en un palacio cercano a la plaza de San Pedro. Sin embargo, la decisión final corresponde al Papa, en virtud de su infalibilidad, establecida como Dogma en 1870. La constitución dogmática Pastor Aeternus define de hecho infalibles «en sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia» las definiciones en materia «de fe y costumbres» proclamadas por el Papa ex cathedra, es decir, como doctor o pastor. El Papa puede practicar también la llamada equipolencia, tanto en el caso de beatificación como de canonización, reconociendo sin investigaciones ni milagros reconocidos, mediante un decreto, un culto espontáneo que existe desde hace mucho tiempo.
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El proceso de Santificación
El derecho canónico prevé varias etapas para el proceso de Santificación. El candidato debe ser proclamado primero Siervo de Dios, luego Venerable, después Beato y, finalmente, Santo. Se parte, por tanto, de la ya mencionada fama de Santidad, recogiendo documentos, testimonios y opiniones de personas corrientes que conocieron al candidato y pueden confirmar que su vida estuvo consagrada a las virtudes cristianas y su muerte fue edificante.
Fase Diocesana: Siervo de Dios
Es la fase que sigue a la apertura oficial del proceso de Santificación.
Una persona específica, el Postulador, es nombrada por el Obispo y encargada de la recogida de documentos y testimonios. Será una especie de abogado defensor del candidato a Santo y le corresponderá demostrar el carácter heroico de las virtudes que el Siervo de Dios debió haber practicado a lo largo de toda su vida de manera extraordinaria.
Posteriormente, tras examinar los documentos y sopesar los testimonios recogidos, el Obispo valora si somete o no la Causa de Canonización a un Tribunal, donde el Postulador se enfrenta al Promotor de Justicia, que cuestionará la candidatura. A ellos se unen una especial Comisión Histórica para recoger los documentos y dos Censores Teológicos encargados de analizarlos. El Obispo cierra esta primera fase con una sesión de clausura en la que se sellan todos los testimonios.
Fase Romana: de Siervo de Dios a Venerable
El material recogido en la Fase Diocesana se envía al Dicasterio de las Causas de los Santos en Roma. Aquí el postulador es ayudado a redactar la Positio, el volumen que recoge las pruebas reunidas y demuestra la fama de santidad del Siervo de Dios. La Positio es examinada por un grupo de teólogos y una Comisión de historiadores, si el candidato a Santo ha fallecido hace tiempo y no hay testigos directos de su vida. Luego, si se evalúa positivamente, pasa al Dicasterio, y si también los Cardenales y Obispos que lo componen aprueban lo declarado, el Papa declara Venerable al Siervo de Dios, y proclama el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes o sobre el martirio, que confirma que el candidato ha vivido las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) en grado “heroico”, o que ha sido martirizado.
La Beatificación: de Venerable a Beato
Deben transcurrir al menos 5 años después de la muerte del candidato para que éste pueda pasar de la condición de Venerable a la de Beato. Los mártires se convierten automáticamente, mientras que para los demás es necesario un milagro reconocido, normalmente una curación milagrosa confirmada por una Comisión Médica compuesta por especialistas creyentes y no creyentes. Los Obispos y Cardenales confirman entonces el milagro y el Papa proclama Beato al Venerable. Con esta nueva definición éste pasa a formar parte del calendario litúrgico de su diócesis y puede ser venerado en ella.
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La Canonización: de Beato a Santo
Si al Beato se le atribuye un segundo milagro, posteriormente a la Beatificación, puede aspirar a la Santidad. Se inicia una nueva investigación canónica y un nuevo Proceso en el que el Postulador argumenta la causa de la santidad del candidato contra el Promotor de la Fe, o abogado del diablo, enviado por el Dicasterio para oponerse a él.