La madre, pilar de toda familia, corazón palpitante y fuente de vida para quienes gravitan a su alrededor. Sin embargo, a veces la damos por sentada.
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Deberíamos recordar cada día lo que significa ser madre. Pero sencillamente no podemos. Sólo una madre puede conocer el alcance del amor que sólo puede dirigirse a quien ha sido llevado en su vientre durante nueve meses, y luego engendrado, con infinito dolor, con incontenible alegría.
“Individuo” quiere decir “que no se puede dividir”. Las madres, en cambio, se “dividen” a partir del momento en el que acogen a un hijo para darlo al mundo y criarlo. Son palabras del Papa Francisco, y definen muy claramente lo que es una madre: una persona que renuncia a su propia individualidad, que asume sobre sí misma el compromiso no sólo de engendrar una nueva vida, sino también de cuidarla, para siempre, con ternura y dedicación, haciendo suyas las alegrías y los dolores de otra persona. Requiere tanto, tanto amor, tanto espíritu de sacrificio, y es por eso que rompe el corazón ver a madres abandonadas, dadas por sentadas, olvidadas por hijos que, demasiado atrapados en su propia vida cotidiana, olvidan a quién deben todo lo que tienen, todo lo que son.
El Papa Francisco reconoce el valor de las madres, de todas las madres, empezando por María, Madre de Jesús, madre de todas las madres, centro de la vida de la Iglesia. El Sumo Pontífice afirma, entre otras cosas, que «una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral».
Ya ha comenzado mayo, el mes mariano por excelencia y, no es casualidad, también es el mes en el que cae el Día de la Madre, verdadero corazón del mes mariano. Este año fue el 7 de mayo. Una bonita ocasión para celebrar a todas las madres que, en este último y difícil periodo, han tenido que asumir aún más de lo habitual el cuidado y la seguridad de sus hijos y de toda la familia. No es casualidad que esta fiesta caiga en Mayo, el mes dedicado a la Virgen María, la más especial de las madres, como ya analizamos en un artículo anterior.
Día de la Madre, corazón del mes mariano
El 1 de mayo se celebran todas las mamás. Una fiesta tierna, muy dulce, que ve sobre todo a los niños como protagonistas, pero no sólo.
Maternidad en los textos sagrados
Pero, además de María, hay otras figuras maternas presentes en los textos sagrados. Queremos centrarnos en ellas para comprender cómo el concepto de maternidad ha evolucionado a lo largo del tiempo, en el ámbito cristiano y más allá. Los cambios sociales, las transformaciones ligadas a los acontecimientos históricos, han conducido a una progresiva emancipación de la mujer, en comparación con el pasado, y a un cambio radical en la percepción de los roles también en el seno de la familia. Sin embargo, hay aspectos del ser mujer y madre que nunca han cambiado, otros que han evolucionado, como es inevitable.
En la cultura judía, la maternidad representaba la máxima aspiración y la plena realización para una mujer. Ser estéril era considerada la mayor desgracia concebible. Las madres eran respetadas y tenidas en gran estima. Cuidaban mucho a sus hijos, amamantándolos incluso durante dos, tres o más años, y por su bien sabían imponerse a sus maridos, incluso oponiéndose a su voluntad. Pensemos en Sara, esposa de Abraham y madre de Isaac, que obligó a su marido a echar a la esclava Agar, de la que él había tenido un hijo, cuando este último empezó a tratar mal a su hermanastro (Génesis 21:8,9). La Biblia nos cuenta que Dios mismo se puso de parte de la mujer y ordenó a Abraham que hiciera como ella le había pedido.
En general, en todas las Sagradas Escrituras se repiten los mandamientos que recomiendan el respeto y el amor debidos a la madre: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12; cfr. Deuteronomio 5:16); “El que hiera a su padre o a su madre, será condenado a muerte” (Éxodo 21:15); “No desprecies a tu madre cuando sea anciana” (Proverbios 23:22); y así sucesivamente.
Pero demos un paso atrás y examinemos algunas de las figuras de las madres en la Sagrada Escritura, empezando por Eva, madre de todos los hombres.
Eva: madre de todos los vivientes
Eva fue la primera mujer creada por Dios, en el Paraíso Terrenal. Nacida con él de la tierra, o de su costilla, según las dos versiones del Génesis, fue creada para ayudarlo, sostenerlo y amarlo. Al principio sólo se la llama ‘mujer’ (‘iššhāh, forma femenina de ‘išh, ‘hombre’). Después del pecado original y la expulsión del jardín del Edén, Adán la llamará Eva, de hawwah, «viviente» o «la que da vida». Cuando ella y Adán fueron expulsados del Paraíso Terrenal, Eva fue maldecida por Dios: «Multiplicaré en gran manera los dolores en tus embarazos, con dolor darás a luz los hijos» (Génesis 3,16).
Por tanto, la maldición de Dios se refiere precisamente al embarazo y al ser madre. Incluso hoy, las mujeres judías intentan reparar la culpa de Eva con gestos rituales, como por ejemplo el encendido de velas antes del Shabat.
El jardín del Edén en el Génesis
El jardín del Edén representa el primer, inmenso don que Dios hizo al hombre y a la mujer.
Betsabé: esposa y madre de reyes
Betsabé fue la esposa del Rey David, de quien tuvo tres hijos, entre ellos el gran Salomón. El primer hijo murió apenas nacido.
La Biblia dice que David se enamoró de Betsabé cuando la vio bañándose desnuda. Aunque ella estaba casada con uno de sus oficiales, Urías, el Rey la sedujo. Cuando la mujer quedó embarazada, David primero intentó hacer creer a Urías que el niño que iba a nacer era suyo; luego, temiendo ser descubierto, ordenó a su oficial superior que enviara a Urías a luchar en primera línea, donde murió.
Dios castigó la mala acción de David dando muerte al hijo nacido de su relación con Betsabé, pero luego les dio dos hijos más, Salomón, uno de los más grandes reyes de Israel, y Natán. Salomón siempre tuvo en alta estima a su madre Betsabé, tanto que escuchaba sus consejos incluso en cuestiones políticas. Como cuando Adonías, hermanastro de Salomón y también pretendiente al trono contra él, pidió a Betsabé que apoyara a su hijo en su pretensión a la mano de Abisag la Sunamita. Betsabé se presentó ante su hijo para hablarle en favor de Adonías. Esto fue lo que sucedió: «Vino Betsabé al rey Salomón para hablarle por Adonías. Y el rey se levantó a recibirla, y se inclinó ante ella, y volvió a sentarse en su trono, e hizo traer una silla para su madre, la cual se sentó a su diestra. Y ella dijo: «Una pequeña petición pretendo de ti; no me la niegues». Y el rey le dijo: «Pide, madre mía, que yo no te la negaré»» (1Reyes 2:19,20).
Jocabed: la valiente madre de Moisés
Hemos dicho lo importante y preciosa que era la maternidad para las mujeres judías. Tan importante que estaban dispuestas a arriesgarlo todo para salvar a sus hijos del peligro. Jocabed, esposa de Amram, fue la madre de Moisés, Aarón y Miriam. Cuando el faraón dio la orden de ahogar a todos los niños varones hebreos, Jocabed encerró al pequeño Moisés, de apenas tres meses, en una cesta rociada con betún y lo confió al Nilo para que se salvara. El bebé fue encontrado más tarde por la princesa Bithiah, que lo crio como si fuera su propio hijo. Pero aquí queremos destacar el amor desesperado de una madre que, con tal de salvar a su hijo, renuncia a él. Vehemente es la preocupación de Jocabed, que prepara la cesta para que el bebé permanezca seco y protegido, y se asegura de que lo encuentren siguiéndola por el curso del río. Símbolo de todas las madres valientes, Jocabed es también un ejemplo de sacrificio absoluto, como sólo puede serlo el de una mamá.
Isabel: madre en la edad adulta
Isabel era una de las hijas de Aarón, esposa de San Zacarías y prima de María. Era una mujer devota, culta y pertenecía a la casta sacerdotal, pero desgraciadamente era estéril, y esta condición era para ella aún más humillante e intolerable por ser hija y esposa de sacerdotes. Dios le concedió el milagro de un hijo, a pesar de su esterilidad y avanzada edad.
Un ángel se presentó ante su marido Zacarías y le anunció que su mujer iba a dar a luz un hijo al que se le pondría el nombre de Juan. Así nacería Juan el Bautista.
Cuando Isabel estaba ya embarazada de seis meses, María, su prima y todavía virgen, quedó también embarazada. Y cuando María visitó a su prima, ella y el niño que llevaba se alegraron, porque reconocieron en María a la madre del Mesías prometido.
María: la madre escogida
Y así llegamos a María, madre por excelencia, centro de la Iglesia según el Papa. En ella encontramos todas las características que hemos indicado para una madre: ternura, sacrificio, capacidad de anularse por amor, de soportar todo dolor con tal de permanecer al lado del Hijo hasta el final. María vivió en su propia piel, en su propio corazón, la Pasión de Jesús, cada herida infligida a él la afectó, multiplicada mil veces por el amor que sentía por él, y que sin embargo no fue suficiente para salvarlo, para preservarlo del mal. María, que no se limitó a someterse a la voluntad de Dios, sino que eligió hacer Su voluntad, se puso a disposición para ser Su instrumento. Más que nadie, María sacrificó su vida a su misión, y su misión era su Hijo, en cuyo nombre renunció a todo lo demás. Esta figura de madre desgarrada por el sufrimiento infligido a la carne de su carne, mujer extraordinaria, símbolo y encarnación de la esperanza de la Iglesia, mantiene aún hoy su tarea de Madre misericordiosa e infinitamente amorosa, que intercede entre los hombres y Dios y vela por todos sus hijos en los momentos más difíciles.
«No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres.» Con esta frase del Papa Francisco cerramos nuestro recorrido sobre la figura de la Madre en la Biblia.