La expulsión de los mercaderes del Templo de Jerusalén representa un acto de rebelión de Jesús contra una tradición religiosa anticuada y corrupta, en favor de la nueva pureza de espíritu y esperanza que Él vino a traer
Entre los numerosos episodios de la vida de Jesús de los que hemos oído hablar desde la infancia, la expulsión de los mercaderes del templo de Jerusalén es quizá uno de los más controvertidos y difíciles de entender, al menos mientras seamos niños. Esto se debe a que estamos acostumbrados a pensar en Jesús como un hombre excepcionalmente bueno y manso, nunca presa de la ira y siempre dispuesto a dispensar amor, a poner la otra mejilla, como Él mismo nos enseñó. Sin embargo, en este episodio en particular, relatado con algunas diferencias a lo largo de los Evangelios canónicos (Marcos 11, 7-19; Mateo 21, 8-19; Lucas 19, 45-48; Juan 2, 12-25), Jesús tiene una reacción furiosa, incluso violenta, hacia los mercaderes que realizaban sus negocios en el Templo. Incluso en el Evangelio de Juan leemos que Jesús hizo un azote para usarlo contra los que se oponían a su admonición: «Entonces hizo un azote de cuerdas y expulsó del templo a todos, y a las ovejas y bueyes; esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas» (Juan 2, 15).
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Pero ¿por qué está Jesús tan furioso con los mercaderes del templo? Para entender realmente este episodio debemos remontarnos a través de los siglos y darnos cuenta de cómo era el templo de Jerusalén en los tiempos de Jesús y en qué ocasiones la gente acudía a él.
El Templo de Jerusalén en la época de Jesús
El Templo de Jerusalén era un edificio inmenso, de casi 500 metros de largo, frecuentado por una multitud de fieles y sacerdotes que celebraban ritos y sacrificios todos los días, sobre todo los días de fiesta. Además, estaba presidido por guardias seleccionados a tal efecto y tropas auxiliares romanas que cuidaban de que no se produjeran refriegas. Esto hace, según varios historiadores, poco plausible la acción violenta ejercida por Jesús contra los mercaderes del Templo, ya que cualquiera que hubiera creado disturbios habría sido inmediatamente detenido o asesinado.
De las Sagradas Escrituras sabemos que era tradición que los judíos acudieran al Templo de Jerusalén tres veces al año, con motivo de las tres principales fiestas religiosas judías: la fiesta de los panes sin levadura (Pésaj), la fiesta de las semanas (Shavuot) e la fiesta de las cabañas (Sucot). En particular, Pésaj, la Pascua judía, era la más importante, vinculada al Éxodo del pueblo judío de Egipto, y fue precisamente durante la Pascua judía cuando Jesús acudió al Templo, según los Evangelios.
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Dado que quienes se presentaban ante Dios nunca podían hacerlo con las manos vacías (Deuteronomio 16:16), y que la Torá exigía que tanto las víctimas como quienes las sacrificaban fueran puros, no sólo estaba permitido que los comerciantes de animales para el sacrificio realizaran sus negocios en las inmediaciones del Templo, sino incluso dentro de él, en sus atrios, y estas últimas actividades eran gestionadas por los propios Sumos Sacerdotes.
Esta, que era una tradición universalmente conocida y aceptada, molestó a Jesús desmedidamente. Su gesto fue una reivindicación por el retorno a la antigua pureza religiosa, alejada del comercio, de la gestión del dinero y de todas aquellas actividades económicas que, aunque relacionadas con los sacrificios, a Su juicio profanaban un lugar sagrado por excelencia. «Saquen esto de aquí, y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado» (Juan 2,16).
A los judíos que le piden una señal, Jesús les responde: «Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré» (Juan 2,19). Es el mismo Juan quien nos revela que es de su Propio Cuerpo de quien Cristo está hablando y cómo, asesinado por esos mismos hombres que ahora Le hablan, Él resucitará de entre los muertos después de tres días, abrazando la Vida eterna y la Gloria del Cielo.
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Jesús ya había estado de niño en el Templo de Jerusalén, precisamente con motivo de la Pascua. El episodio de la visita al Templo se relata en el Evangelio de Lucas (Lucas 2,41-50). Jesús, con sólo 12 años, fue al Templo con María y José con motivo de la Pascua, pero cuando sus padres se marcharon a Nazaret, descubrieron que había desaparecido. Después de tres días de búsqueda, lo encontraron en el Templo, mientras hablaba con sacerdotes y doctores. «Jesús les contestó: «¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»» (Lucas 2:49).
Nuevamente en el Evangelio de Lucas (Lucas 2:22-40) leemos sobre la presentación del niño Jesús en el Templo, cuarenta días después de su nacimiento. Según la cultura judía, cada hijo varón primogénito debía ser consagrado al Señor y redimido mediante una ofrenda simbólica. Cuando José y María llevan al niño Jesús al Templo de Jerusalén, se encuentran primero con el anciano Simeón, que reconoce en Jesús al Mesías, y después con la profetisa Ana, y ella también «hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lucas 2:38).
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La purificación del templo en los Evangelios: las diferencias
Las diferencias en el relato evangélico de este episodio de la vida de Jesús empiezan por la fecha en que habría tenido lugar. Para el evangelista Juan, Jesús habría estado al comienzo de Su ministerio, y habría ido a Jerusalén una primera vez, para volver tres años después y morir.
En cambio, según los Evangelios sinópticos, sólo hubo un único viaje de Jesús a Jerusalén, aquel en el que Él se encontró con su propio destino, la Pasión y la muerte. Lucas y Mateo sitúan la expulsión de los mercaderes del Templo el día de la llegada de Jesús a Jerusalén (Domingo de Ramos), mientras que Marcos lo hace el día después. En cualquier caso, todavía estamos en el período de Cuaresma.
En particular, Marcos asocia el episodio del Templo con el de la Maldición de la higuera en Betania, ocurrido el día anterior. Después de haber sido acogido por la multitud festiva de Jerusalén, Jesús se había ido a dormir a Betania. Por el camino había visto una higuera rica en hojas, pero carente de frutos que Él pudiera recolectar. Jesús profetizó que aquel árbol nunca daría fruto, y la planta se secó al instante. Tal vez Marcos quiso vincular este episodio con el de la expulsión de los mercaderes para dejar más claro el ambiente de escasa hospitalidad e incomprensión con que Jesús fue recibido en Jerusalén.
En cambio, Lucas interpreta el episodio como una confirmación de la realeza y la solemnidad de la entrada de Jesús en Jerusalén.
La elección del evangelista Juan de situar el episodio tres años antes de la muerte de Jesús tiene sentido, en cambio, si consideramos el papel revolucionario de Cristo mismo en la cultura judía, Su desprendimiento de todo lo que fue en favor de lo que será, gracias a Él. Jesús no se limita a expulsar a los mercaderes, sino que anuncia la destrucción del Templo, en nombre de un Dios al que hay que adorar con obras y oraciones, no con mercadería.