La historia de Poncio Pilato y su envolvimiento en la condena de Jesús - Holyart.es Blog

La historia de Poncio Pilato y su envolvimiento en la condena de Jesús

La historia de Poncio Pilato y su envolvimiento en la condena de Jesús

Figura entre controvertida y trágica, Poncio Pilato pasó a la historia como el hombre que condenó a muerte a Jesús. Pero ¿quién era realmente? Averigüémoslo, entre la realidad histórica y el relato evangélico

Son muchos los personajes que aparecen en la historia de la Pasión y Muerte de Cristo. Pensemos en Simón de Cirene, el hombre que ayudó a Jesús a llevar la Cruz hasta la cumbre del Gólgota, en Dimas, uno de los dos ladrones, perdonado a punto de morir y acogido en el Paraíso, en las tres mujeres piadosas reunidas a llorar a los pies de la Cruz. En los Evangelios se mencionan a otros personajes, algunos de forma más o menos extensa, pero uno en particular sufrió a lo largo de los siglos un destino verdaderamente trágico. Hablamos de Poncio Pilato, el prefecto romano en Judea, el que, según el Evangelio de Mateo, condenó a muerte a Jesús.

Lo trágico de Poncio Pilato reside precisamente en su aparente inconsciencia, en la ligereza con la que prefirió dejar el destino de aquel hombre, a su juicio culpable sólo de desvaríos sin sentido, al Sanedrín, el órgano de justicia judío, por el que Jesús debía ser condenado por blasfemia.

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Sin embargo, como ocurre a menudo en la narrativa evangélica, hay que considerar que algunos aspectos del relato del juicio de Jesús no son realmente históricos, sino que tienen un carácter simbólico y didáctico. Por ejemplo, es muy teatral, pero casi seguramente inventado, el famoso gesto de Pilato que se lava las manos, declarando su voluntad de no tomar parte en esa condena, como escribe el evangelista Mateo: «Y cuando Pilato se dio cuenta de que no se lograba nada sino que solo se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud diciendo: «¡Yo soy inocente de la sangre de este! ¡Será asunto de ustedes!»» (Mateo 27,24). Este gesto, además, no pertenecía en modo alguno a la cultura romana, y es casi seguro que no ocurrió así, pero este gesto se relaciona con el siguiente pasaje del Evangelio, en el que el evangelista hace decir al pueblo reunido para presenciar el juicio: «Respondió todo el pueblo y dijo: «¡Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mateo 27,25).

Una dramatización, por tanto, de un evento que ya era muy dramático en sí mismo, como el juicio y la condena de un hombre, en una época en la que, sin embargo, tales condenas estaban a la orden del día, especialmente en un país ocupado como Judea bajo el dominio romano. No obstante, lo que hace aún más trágica la historia es precisamente la figura de Poncio Pilato, un hombre ajeno a la cultura y la religión judías, de las que Jesús formaba parte y por la que fue condenado, un extranjero en tierra extraña, rodeado de la hostilidad de todos, lejos de su propia ciudad, de su propio estilo de vida.

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Pero ¿quién era Poncio Pilato?

Sabemos muy poco de él, sólo lo que leemos en los Evangelios y documentos religiosos apócrifos, pero también en los textos históricos y filosóficos de Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Cornelio Tácito.
También sabemos que tenía una esposa, Claudia, que lo había seguido a Jerusalén y que, según cierta tradición, lo habría convencido muchos años después de que se convirtiera al Cristianismo y viviera como un penitente para expiar su culpa hacia Jesús. Según la Iglesia Ortodoxa Etíope, incluso murió como mártir, hasta el punto de que se venera como santo y su festividad se celebra el 25 de junio.
Sabemos que sentía poca simpatía por Herodes Antipas, el tetrarca al que, sin embargo, envió a Jesús, para que fuera él quien lo juzgara.
En primer lugar, sabemos que fue elegido por el propio emperador Tiberio por su severidad y dureza, para que gobernara con puño de hierro esta tierra difícil y estratégicamente situada.
Nacido en los Abruzos, o quizá en Campania, era miembro del ordo equestris y había servido en el ejército. Enviado a Judea en el año 26 d.C., fue su gobernador durante diez años. Un gobernador intransigente, según muchos, incluso despiadado y nada atento a las tradiciones locales, a la religión de sus súbditos, a la cultura judía, tan compleja y regulada por normas estrictas. Muy a menudo, la población judía se sublevaba contra él, exigiendo un mayor respeto por sus propias tradiciones.
No obstante, también realizó obras meritorias, como la construcción de un acueducto para solucionar el problema de la sequía crónica que azotaba a los habitantes de Jerusalén. Pero el hecho de que para ello confiscara parte del tesoro del Templo provocó una nueva ola de descontento.
Este retrato de un hombre duro hasta la crueldad contrasta con lo que se dice en los Evangelios sobre su renuencia a condenar a muerte a Jesucristo.

¿Qué ocurrió realmente después de la entrada de Jesús en Jerusalén?

Entrada de Jesús en Jerusalén

Cuando Jesús entró en Jerusalén, los sacerdotes ya planeaban eliminarlo. Pero Su celebridad, el amor que el pueblo le demostraba y el creciente número de seguidores que lo seguían a todas partes los hizo actuar con cautela. Habrían podido hacerlo asesinar, pero se habrían arriesgado a una revuelta popular. Había que encontrar la manera de llevarlo ante Pilato, que como Prefecto tenía el poder de condenarlo a muerte. Según el evangelista Lucas, pues, el mismo Pilato veía en la predicación de Jesús una peligrosa invitación a la rebelión contra la égida romana, ya que había exhortado a sus fieles a no pagar el tributo al Emperador. También hay que decir que muchos, como los zelotes, veían en Él a un posible líder militar, que los dirigiría armados contra los invasores.

El juicio de Jesús

Arrestado con la complicidad de Judas, según los Evangelios Jesús fue llevado a casa de Caifás, Sumo Sacerdote. Según la tradición habría sido sometido a un primer juicio o al menos a un interrogatorio ante el Sanedrín, tal vez esa misma noche, tal vez a la mañana siguiente en el templo. Los evangelistas no se ponen de acuerdo al respecto, mientras que muchos historiadores coinciden en afirmar que fue el propio Pilato quien ordenó el arresto de Jesús.

En cualquier caso, al día siguiente Jesús fue conducido encadenado ante el Prefecto, en el Pretorio, y acusado ante él por los miembros del Sanedrín de sedición, de autoproclamarse rey y Mesías, y de instigar a no pagar el tributo a Roma. En realidad, el Sanedrín consideraba en primer lugar a Jesús culpable de blasfemia, por equipararse a Dios, pero esta acusación no habría sido suficiente a los ojos de Poncio Pilato para invocar la pena capital.
Pilato, después de interrogar a Jesús, habría establecido que los cargos no eran tan graves como para justificar una condena y habría exhortado a los miembros del Sanedrín a que lo dejaran ir. Esta mansedumbre contrasta con la figura histórica de Pilato delineada por los estudiosos, con su firmeza y severidad a la hora de perseguir a cualquiera que fuera en contra de los dictados impuestos por Roma. Es posible, según algunos estudiosos, que la renuencia de Poncio Pilato, así como el famoso episodio en el que Poncio Pilato se lava las manos abandonando a Jesús a su suerte, fuera un intento póstumo de la Roma ya cristiana de declararse inocente de Su muerte. Siendo más realistas, Poncio Pilato condenó a muerte a Jesús inmediatamente, como revoltoso potencialmente peligroso.

En cambio, siguiendo el relato evangélico, el Prefecto envió a Jesús al tetrarca Herodes Antipas, que gobernaba la provincia de Galilea, de donde procedía Jesús, pero ni siquiera él pudo encontrar argumentos lo bastante convincentes para condenarlo, y lo envió de nuevo a Pilato.

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Poncio Pilato se lava las manos

Siempre según los Evangelios, Pilato, al ver regresar a Jesús tras el encuentro con Herodes, habría intentado de nuevo salvarlo, primero invocando para él la amnistía pascual, según la cual se podía conceder la libertad a un preso durante la Pascua (Juan 18,39), y luego proponiendo una condena a flagelación y la liberación. Como sabemos, la multitud instigada por los sacerdotes quiso la libertad de Barrabás, en lugar de la de Jesús.
En ese momento, según la tradición, Poncio Pilato se lava las manos y hace flagelar a Jesús, sólo para proponer una vez más a la multitud que suelte al hombre herido, con el cuerpo destrozado, humillado y escarnecido. Pero aun así el pueblo pide la crucifixión, y en este punto, para evitar desórdenes, Pilato cede y lo condena como culpable de blasfemia.
Fue el mismo Prefecto quien ordenó que en el Titulus crucis, la inscripción que se colocaba en la cruz, con el motivo de la condena, se escribiera en hebreo, latín y griego: «Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos».

El exilio y el suicidio

¿Qué le ocurrió después a Poncio Pilato? Después de la condena de Jesús, continuó gobernando Galilea con inflexibilidad y dureza, oponiéndose a los disidentes y reprimiendo las revueltas de forma cada vez más sangrienta, hasta que los Judíos enviaron una delegación a Roma exigiendo y obteniendo del mismo Emperador su destitución. Cuando Pilato regresó a Roma, Calígula se había convertido en Emperador y lo había enviado al exilio en la Galia Viennensis. Allí, el ex Prefecto, caído en desgracia, se suicidaría.