Los padres de la Iglesia: quiénes fueron y qué se entiende por patrística

Los padres de la Iglesia: quiénes fueron y qué se entiende por patrística

Los padres de la Iglesia: quiénes fueron y qué se entiende por patrística

Los Padres de la Iglesia son los principales escritores cristianos, cuyas obras forman la base de la doctrina de la Iglesia. Conozcámoslos.

Hemos hablado en el pasado de los Doctores de la Iglesia, aquellos hombres y mujeres que en virtud de su santidad y sabiduría supieron hacer grande a la Iglesia y dejar testimonio de un conocimiento teológico y una fuerza espiritual inmortales. Ilustres escritores, pues, que llevaron una vida santa y devota, fuertes en el conocimiento de las cosas sagradas, hasta el punto de ser reconocidos Doctores por decreto del Papa o del Concilio ecuménico. Pero cuatro de ellos además de doctores también son considerados Padres de la Iglesia, y por tanto tienen el doble título: estamos hablando de los cuatro padres de la Iglesia occidental, es decir, San Agustín de Hipona, San Ambrosio, San Jerónimo y San Gregorio Magno.

Son precisamente ellos quienes han elaborado lo que conocemos como Patrística, el pensamiento cristiano de los primeros siglos. Antes de eso, los eruditos y autores cristianos se dedicaban a la Apologética, la disciplina teológica mediante la cual sustentaban sus tesis religiosas y morales frente a las críticas y acusaciones que venían del exterior. De hecho, también existe la llamada Patrística menor, promovida por aquellos estudiosos que defendieron la fe cristiana frente a judíos, paganos y herejes. Con el edicto de Milán (313 d.C.) los Cristianos obtuvieron la libertad de culto, por lo tanto, a partir de ese momento fue posible concentrarse en el estudio de los textos sagrados y en la difusión de la religión.

No es fácil resumir en pocas palabras la importancia revolucionaria del pensamiento patrístico, que se desarrolló a partir del siglo III d.C.. Los Padres de la Iglesia iniciaron su labor de estudio y predicación, y siendo ante todo sabios, no dudaron en hacer suya también la filosofía y cultura pagana, heredada de griegos y romanos, para crear la nueva filosofía cristiana. Más bien, intentaron integrar el pensamiento pagano, reelaborando muchos conceptos en un estilo cristiano y llevándolos de vuelta a su propia fe. De este modo, la filosofía clásica se convierte en un medio para comprender las verdades cristianas. Este enfoque se denomina Patrística griega.
En cambio, una actitud completamente opuesta tendrá la Patrística latina, que rechazará cualquier contaminación de la filosofía pagana, ya que representa un obstáculo para la religión, y reivindicará la necesidad de crear una filosofía ligada exclusivamente al Cristianismo, justificando muchas lagunas como misterios de la fe.

También sería muy difícil hacer justicia a los méritos de los Padres de la Iglesia en unas pocas líneas. Nos limitaremos a presentarlos brevemente, remitiéndote a las diversas reflexiones que ya hemos escrito en nuestro blog, como las de San Agustín y su madre Santa Mónica, o San Ambrosio Patrón de Milán.

San Agustin de Hipona filosofo obispo y teologo

Te puede interesar:

San Agustín de Hipona: filósofo, obispo y teólogo
Pocos hombres de fe pueden compararse con San Agustín de Hipona. No sólo fue un gran teólogo y obispo, filósofo y doctor…

  1. San Agustín de Hipona vivió entre 354 y 430 d.C., de origen norteafricano, fue filósofo, obispo y teólogo, Padre, doctor y santo de la Iglesia. Su apodo era Doctor Gratiae, «Doctor de la Gracia»;
  2. San Ambrosio vivió entre 339 y 397. Teólogo y escritor, fue obispo de Milán, de la que también es patrón, junto con San Carlos Borromeo y San Galdino, tras intentar acabar pacíficamente con las fuertes contradicciones entre arrianos y católicos como representante del emperador Valentiniano I;
  3. San Jerónimo vivió entre 347 y 419 d.C., estudioso de la Biblia, su obra principal fue la traducción al latín de parte del Antiguo Testamento griego y luego de toda la Escritura hebrea;
  4. San Gregorio Magno vivió entre 540 y 604 y fue obispo de Roma y Papa hasta su muerte. Venerado como santo y doctor de la Iglesia, era delgado y a menudo enfermo, pero animado por una gran fe y fuerza moral.