La muerte de una persona siempre ha representado un momento muy significativo dentro de cualquier comunidad humana, desde los orígenes de la civilización. Por esta razón, siempre han existidos ritos funerarios para celebrar este paso. Estos ritos varían según la edad, la ubicación geográfica, las costumbres civiles y religiosas de las comunidades en las que se celebran.
En general, en el mundo occidental, la muerte es considerada un evento negativo, que daña al difunto y a los que están cerca de él. Sólo en parte el conocimiento de que en la muerte se produce un acercamiento a la divinidad o de otra manera el paso a un mundo ultraterreno actúa como un consuelo.
El funeral es el rito religioso tal como lo conocemos. Su nombre se deriva del latín ‘funus’, término que recuerda el acto de bajar el cuerpo en la tumba con unas cuerdas. En el funeral participan familiares y amigos, a la presencia de un sacerdote que conduce la celebración.
Los hombres prehistóricos ya tenían, probablemente, su manera aunque rudimentaria, para celebrar la muerte de un pariente, pero es en las grandes civilizaciones del pasado que empezamos a identificar los ritos funerarios, que, en algunos aspectos, pueden acercarse a los nuestros.
Dejando a un lado la civilización egipcia, profundamente marcada por la idea de la muerte y la materialidad de la vida terrena, la necesidad de que el cuerpo para renacer debía permanecer intacto, examinamos por ejemplo los funerales en la antigua Grecia, más cerca de nuestra mentalidad y la tradición. En el mundo griego se daba una gran importancia al rito funerario, como un acto propicio para acompañar el viaje del difunto en la otra vida. Era el deber de la familia y amigos para asegurarse de que el difunto reciba los ritos apropiados, ya que si esto no hubiera ocurrido su espíritu habría sido condenado a vagar por la eternidad. Caer en la batalla sin sepultura o no poder recibir dichos ritos era considerado para los griegos el peor de los destinos.
Los restos se lavaban y se cubrían por un sudario, luego expuestos para que los amigos y conocidos pudieran ofrecerle un último adiós. El velorio y el cortejo fúnebre eran acompañados por cantos, oraciones y sacrificios. El cuerpo por fin se enterraba en un ataúd de madera o terracota, o cremado, y las cenizas recogidas en una urna funeraria.
Incluso en la antigua Roma existían empresarios de pompas fúnebres, profesionales llamados para asegurar que los funerales se celebraban de la mejor manera.
Una vez más una procesión acompañada de mimos, bailarines, músicos y plañideras seguía el cortejo fúnebre. A continuación, se realizaba una fiesta a la que participaron amigos y parientes. La cremación era la opción más popular. Las cenizas se recogían en una urna funeraria y se colocaban en una fosa común.
Estos rituales son en muchos aspectos similares a los que se consumen todos los días en nuestras ciudades, en nuestros hogares. Hoy en día los ritos funerarios dependen más que nunca en su realización por la cultura, la religión y las opciones personales del difunto y sus familiares.