La figura del Niño Jesús no sólo pertenece al Belén y a nuestra imaginación infantil. Símbolo de salvación y esperanza, atraviesa la historia del arte y de la devoción desde hace siglos
En una fría noche del invierno del año 1 a.C., nació un Niño en un establo, en el que sus padres habían buscado cobijo ya que en ninguna posada habían encontrado un lugar para ellos. Para calentar a la madre durante el parto y al bebé en sus primeras horas de vida sólo un buey y un asno, con su cálido aliento, mientras fuera de la gruta, en una gran y misteriosa noche, una estrella iniciaba su viaje atravesando el cielo para contar la historia de todas las historias. Todos conocemos este relato, lo oímos repetir en cada Navidad desde que podemos recordar. Y no sólo se cuenta con palabras, sino que se representa en todas partes, incluso en nuestras propias casas, con figuritas y musgo y una estrella de papel maché. Y, sin embargo, cada vez, no podemos evitar emocionarnos. En verdad, el nacimiento del Niño Jesús es la historia de todas las historias.
Y como es de suponer, pues una historia semejante, además de en el Pesebre que hacemos en casa cada año, ha sido contada a lo largo de los siglos por innumerables artistas, algunos hechos inmortales por su talento, otros olvidados, pero no así su obra. Todos estos artistas, conocidos y menos conocidos, dieron su propia interpretación del nacimiento del Niño de Belén, y a lo largo de los siglos se creó una iconografía específica para representarlo. Más que una iconografía, en realidad, porque como en todos los aspectos de la religión cristiana, y en relación con sus protagonistas, el arte ha interpretado mensajes y símbolos de muy diversas maneras.
Entre las numerosas representaciones recurrentes del Niño Jesús, la más común es sin duda la del bebé envuelto en pañales y acostado en el pesebre, como se representó en el primer Belén de San Francisco de Asís. El simbolismo es claro y muy poderoso: Dios que no sólo se hace hombre, sino que se hace niño, indefenso, vulnerable, en medio de un gélido invierno. Pero también hay representaciones del Niño Jesús eucarístico, empeñado en bendecir el cáliz de vino o en administrar la hostia consagrada, el Niño Jesús bendiciendo, cuya mano levantada bendice sonriendo como sólo un niño puede sonreír, el Niño Jesús Rey, el Niño Jesús Resucitado. Algunos artistas eligieron representar al Niño Jesús como Cordero sacrificial, anticipando de algún modo la Pasión que un día habría tenido que vivir. Una visión dramática, la del Niño Jesús de la Pasión, a veces aún más triste por la inocencia del pequeño Jesús, que juega con una cruz de madera o descansa inconsciente de los símbolos de su futura condena colocados junto a su cuna. Sin embargo, el Niño Jesús sabe, y así como los niños a veces se quedan quietos, pensando en algo indefinido, que sólo ellos pueden imaginar, así Él piensa en la Cruz, en la fustigación, en la corona de espinas.
Veamos algunas de las representaciones del Niño Jesús más famosas de todos los tiempos.
Niño Jesús de Praga
El Niño Jesús de Praga es un ejemplo de representación híbrida del Niño Jesús. De hecho, combina la iconografía del Niño Jesús bendiciendo con la del Niño Jesús Rey.
La pequeña estatua de madera recubierta de cera, que hoy se encuentra en el interior de la iglesia de Santa María de la Victoria de Praga, representa al Niño Jesús vestido con ropajes reales y con la mano derecha levantada en gesto de bendición, mientras que con la izquierda sostiene el mundo. Esculpida en España en el siglo XVI, cuando la devoción a la realeza del Niño Jesús estaba muy extendida, especialmente gracias a Santa Teresa de Ávila, la estatuilla fue traída a Praga por los condes de Treviño y duques de Nájera, embajadores españoles en la ciudad. Posteriormente fue donada a los Carmelitas descalzos. Inspirado por la estatua, el Papa León XIII creó la Congregación del Niño Jesús de Praga en 1896 y otros papas después de él instituyeron cofradías y proclamaron celebraciones en su honor.
El Santo Niño de Atocha
Muy particular y de cierto modo única es la representación de Jesús como el Santo Niño de Atocha, cuya devoción está muy difundida en todo México. Se trata de la imagen de un niño sentado, vestido como un caminante o peregrino, con una capa, un sombrero de ala ancha en la cabeza y sandalias en los pies. También lleva una concha, símbolo de los peregrinos que recorren el Camino de Santiago, y lleva en la mano izquierda un bastón en el que está fijado un recipiente para agua y espigas, y en la derecha una cesta para llevar pan.
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Originalmente, el Niño estaba sentado sobre las piernas de Nuestra Señora de Atocha, en España, una estatua medieval de la Virgen con el Niño que era objeto de gran devoción en la época medieval. La efigie del Niño podía desmontarse y se llevaba a las casas de las mujeres a punto de dar a luz. Cuando la ciudad de Atocha fue tomada por los Moros en el siglo XIII, por orden del Califa sólo se permitió a los niños menores de 12 años llevar comida a los prisioneros cristianos, pero algunos de ellos no tenían hijos pequeños y estaban condenados a morir de hambre. Luego, un día, apareció un niño misterioso, vestido como un peregrino, que cada noche llevaba comida a los presos sin hijos. Los habitantes de Atocha comprendieron que era Jesús quien había acudido en su ayuda. La devoción se extendió y los españoles la llevaron también al Nuevo Mundo.
También muy famosos entre los católicos filipinos, en México dos santuarios están dedicados al Santo Niño de Atocha. La representación original del Niño de Atocha mexicano se colocó en la iglesia de San Agustín junto con el Cristo de plata en 1554.
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El Santo Niño de Cebú
Muy parecido al Santo Niño de Praga es el Santo Niño de Cebú que se conserva en la Basílica Menor del Santo Niño de la ciudad de Cebú, en Filipinas. Se trata de una escultura del siglo XVI regalada en 1521 por el explorador Fernando de Magallanes en su viaje a aquellas lejanas tierras a la Reina de Cebú, con motivo de su conversión al Catolicismo y del Bautismo de ella, del Rey y de más de ochocientos súbditos. Aún hoy, el icono sigue siendo muy venerado por la población local, sobre todo durante el tercer domingo de enero, cuando es llevado en procesión solemne.