Los Reyes Magos siempre han despertado una gran fascinación, aunque no se sabe nada con certeza cierta sobre ellos. Hoy queremos hablarles de un personaje del que se sabe aún menos: el cuarto Rey Mago.
Antes de decirles quién era el cuarto Rey Mago, es bueno recordar quiénes eran los tres Reyes Magos ‘canónicos’. Se dice que eran hombres Sabios, que venían de Babilonia, o sacerdotes de Zoroastro. Algunas leyendas los presentan como Reyes provenientes de tierras lejanas, Arabia, India, incluso China. Y, sin embargo, no hay información segura de que eran realmente soberanos. Llegaron siguiendo una estrella cometa, por lo que es de suponer que eran astrónomos, o en todo caso instruidos en la ciencia de los cielos.
De los Reyes Magos se ha dicho y escrito todo y su contrario. No se puede hablar de la Navidad sin mencionarlos. Son protagonistas de la escena del Nacimiento, en cierto sentido marcan la coronación de la venida del Niño Jesús, porque su llegada frente a la cabaña, con los famosos dones, celebra el reconocimiento de Jesús no sólo por los humildes pastores, sino también a los ojos del mundo de los hombres de conocimiento. Su llegada coincide con el final de las fiestas, la Epifanía, y el comienzo de una historia mucho más grande e importante.
Hoy queremos contarles una historia aún más diferente, hablarles de un personaje que casi nunca se menciona, para enriquecer así un misterio de hace dos mil años. Sin embargo, el cuarto Rey Mago está presente en la tradición cristiana desde hace mucho tiempo, aunque no se le menciona en ninguno de los Evangelios. Muchas leyendas hablan de este cuarto Rey Mago, que nunca llegó a Belén, nunca conoció a Jesús, porque no llegó a tiempo para reunirse con sus compañeros y se perdió en el camino. Se dice que su vana búsqueda fue eterna, que toda su vida siguió vagando en busca de ese Niño único y especial.
Pero, demos un paso hacia atrás.
¿Tres o cuatro Reyes Magos?
Entre todos los evangelistas, sólo San Mateo menciona a los Reyes Magos en su Evangelio: «Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo». (Mateo 2,1-2)
De hecho, ni siquiera él dijo cuántos eran los Reyes Magos, en ninguna parte se atestigua que fueran sólo tres. Sólo las leyendas posteriores identificaron a tres de ellos, e incluso les dieron nombres, aunque cambiaron de tradición en tradición: Gaspar, Melchor y Baltasar.
Es de suponer que el número de los Reyes Magos se definió por la voluntad de codificar estos personajes en función de su valor simbólico. El número 3 se repite con frecuencia en las Sagradas Escrituras y, al igual que otros números, está revestido de un significado preciso. Así como el número 1 simboliza la unicidad de Dios, el número 7 la totalidad y la completitud, el número 12 la plenitud humana, así el número 3 se refiere a la Santísima Trinidad, y no sólo a ella. Al igual que el número 7 o el número 10, el número 3 también es un símbolo de perfección y completitud. Tres fueron los viandantes que visitaron la tienda de Abraham. Tres son los días que transcurren entre la muerte y la resurrección de Jesús, y en este sentido el número 3 se convierte en símbolo de vida nueva, de una completitud entendida en un sentido aún más elevado.
El cuarto Mago, según las leyendas, se llamaba Artabán. Venía de Persia y, al igual que los otros tres Reyes Magos, vio la Estrella Cometa en el Cielo y reconoció en ella el signo de un gran prodigio.
Los dones de los Reyes Magos
Volviendo a nuestros Reyes Magos, sabemos que ofrecieron al Niño tres obsequios: oro, incienso y mirra. Incluso en lo que respecta a los dones, la elección no fue dictada por el azar. El oro era uno de los metales más preciosos, prerrogativa exclusiva de los Reyes, y con él el Mago Melchor reconocía la realeza de Jesús.
Oro, incienso y mirra: por qué precisamente estos dones al Niño Jesús
Los Reyes Magos, figuras fascinantes y sugestivas de la tradición navideña, llevaron como ofrendas al Niño Jesús oro, incienso y mirra…
En cuanto al obsequio de Gaspar, era costumbre utilizar esencias e inciensos para honrar a los dioses, por lo que el incienso que ofrece a Jesús es una forma de afirmar su naturaleza divina.
Por último, Baltasar llevaba mirra, con la que se elaboraba un precioso ungüento utilizado con fines estéticos, pero también para venerar a los muertos. Ésta representa la investidura de Jesús como Rey y Dios, y en cierto sentido Su eternidad, ya que el mismo ungüento que se le dio en su nacimiento será el que se usará en su cuerpo cuando sea depuesto de la Cruz.
Y, el cuarto Rey Mago, ¿qué obsequio llevaría?
El cuarto Rey Mago, Artabán, llevaba consigo tres perlas para regalar a Jesús, grandes como huevos de paloma y blancas como la luna, o, según otras tradiciones, una perla, un zafiro y un rubí.
Pero ¿qué pasó? Artabán no alcanzó a reunirse con los demás Reyes Magos a la hora señalada para la salida, así que se puso en marcha solo para encontrar a Jesús. Pero a lo largo del camino se encontró con muchas personas pobres y desamparadas, y a ellas les dio el precioso tesoro que iba a llevar al Rey de Reyes.
Una perla se la dio a un anciano moribundo, después de curarlo.
Una perla la utilizó para rescatar a una joven en situación de esclavitud.
Una perla la utilizó para salvar a un niño que estaba a punto de ser ejecutado por un soldado del Rey Herodes.
Artabán, el cuarto Rey
Uno de los autores que dedicó su atención a la historia de Artabán fue Henry Van Dyke, pastor de la Iglesia Presbiteriana, que escribió el libro Artabán, el cuarto Rey en 1896.
En este libro, cuenta la historia del cuarto Rey Mago y sus perlas, que lo acompañaron en su largo e incansable viaje en busca de Jesús.
A lo largo de toda su vida, Artabán siguió viajando, recogiendo pistas, buscando información sobre el Niño al que quería rendir homenaje, guiado por una estrella.
Finalmente, después de treinta y tres años, Artabán, ya viejo y agotado por su vagabundeo, llegó a Jerusalén. Era el tiempo de la Pascua, y la ciudad estaba particularmente agitada, porque un hombre, Jesús de Nazaret, estaba a punto de ser ejecutado por proclamarse Hijo de Dios. Así, cuando ya creía que había fracasado, que había dedicado toda su vida a perseguir un sueño inalcanzable, Artabán se encontró ante el Niño que tanto había buscado, y en el momento más alto y dramático de Su misión en el mundo.
Artabán, a punto de morir, dialoga así con una voz muy dulce que se dirige a él en sus últimos momentos:
Artabán: “Ah, Maestro, te he buscado durante mucho tiempo. Olvídate de mí. Una vez tenía preciosos regalos que ofrecerte. Ahora no tengo nada.”
Jesús: “Artabán, ya me has dado tus regalos.”
Artabán: “No entiendo, mi Señor.”
Jesús: “Cuando tuve hambre, me diste de comer; cuando tuve sed, me diste de beber; cuando estuve desnudo, me vestiste. Cuando no tenía hogar, me acogiste.”
Artabán: “No es así, mi Salvador. Nunca te he visto hambriento, ni sediento. Nunca te he vestido. Nunca te he traído a mi casa. Durante treinta y tres años te he buscado, pero nunca he visto tu rostro ni te he ayudado, mi Rey. Nunca te había visto hasta hoy.”
Jesús: “Cuando hiciste estas cosas por el último, por el más joven de mis hermanos – tú las hiciste por mí.”
Está clara la referencia a Mateo 25,35-40: 35 Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me recibieron; 36 estuve desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a mí”. 37 Entonces los justos le responderán diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y fuimos a ti?”. 40 Y respondiendo el Rey les dirá: “De cierto les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron”.
Así termina el viaje de Artabán, el cuarto Rey Mago, que nunca llegó a Belén, pero que mostró durante toda su vida una generosidad tan grande que Jesús se sintió orgulloso de él.
Otras tradiciones sobre Artabán lo ven vagando por el mundo, atormentado por la vergüenza de no haber sido capaz de guardar los dones para Jesús, pero incluso en estas versiones alternativas, la voz de este último se le presenta tarde o temprano en un sueño para tranquilizarlo y agradecerle todo el bien que ha podido hacer.
El sentido de su historia no cambia: cada gesto de generosidad hacia los pobres, los infelices, los desesperados, es un gesto de amor hacia Jesús. Artabán, el cuarto Rey Mago, es un modelo para todos nosotros, y no sólo en Navidad.