Al igual que la muerte y la Resurrección, el descenso de Cristo a los infiernos es también parte integrante de Su glorificación. Jesús desciende a los infiernos para ascender con una gloria aún mayor y llevándose consigo las almas de los justos del pasado
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Hablar del descenso de Cristo a los infiernos con vistas a la Pascua parece sólo en apariencia una contradicción en los términos. La Pascua, como sabemos, celebra la Resurrección de Jesucristo, el acontecimiento milagroso por el que Él salió del sepulcro y ascendió al Cielo para sentarse a la derecha del Padre, como aprendemos desde pequeños recitando el Credo, también conocido como Símbolo De los Apóstoles:
Al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir
a juzgar a vivos y muertos.
Sin embargo, antes de poder hablar de Cristo resucitado, debemos considerar Su muerte. Jesús eligió conscientemente morir, como mueren todos los hombres. De hecho, el Símbolo de los Apóstoles dice lo siguiente:
[Jesús] padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos.

Jesús abrazó, por tanto, el misterio de la muerte, el horror de que el alma se desprenda del cuerpo, en Su caso con violencia, teniendo en cuenta los sufrimientos a los que fue sometido. Jesús murió, con el cuerpo destrozado y clavado en la Cruz, y Su alma descendió al reino de los muertos, a los Infiernos, como les ocurre a todos los que mueren. Pero Jesús no era un hombre cualquiera. Él descendió a los infiernos como Salvador, no para unir Sus gemidos a los de otras sombras, sino para traer esperanza, para traer luz, para liberar a las almas con Su Palabra.
San Pedro Apóstol alude a la muerte de Jesús en una de sus cartas: “porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3,18-22). En cambio, el descenso a los Infiernos se describe en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.

Por qué Jesús desciende a los infiernos
En primer lugar, debemos considerar que los «infiernos» a los que descendió Jesús no tienen nada que ver con el Infierno tal como lo entendemos, un lugar de tormento y condenación eterna para los pecadores. Podemos hablar de un más allá más genérico, donde se reúnen todos los muertos, independientemente de su conducta terrenal. Lo que los Griegos y Romanos llamaban Hades, los Hebreos Sheol, los Egipcios simplemente Reino de los muertos.
Es, por tanto, a un reino de los muertos neutro al que Jesús desciende, y la elección del verbo «descender» no es casual, expresa precisamente la voluntad de rebajarse al nivel de los comunes mortales, la elección de una humillación que tiene como única finalidad la de hacer comprender que los hombres nunca están solos, nunca son abandonados por Dios, ni siquiera en la muerte. Jesús, que a lo largo de su corta vida mortal se mostró particularmente cercano a los humildes, a los oprimidos, a los pecadores, a los más frágiles y vulnerables entre los hombres, demuestra al descender a los Infiernos que Su amor va más allá de la muerte, que vino a salvar y liberar no sólo a las almas que son y serán, sino también a las que ya han sido, desde el principio de los tiempos.
A estos espíritus prisioneros Jesús les tiende la mano, los libera de cadenas tan antiguas como el tiempo, y lo que al principio podría haber parecido una derrota, un descenso, se convierte en un ascenso glorioso, porque Jesús desciende a los Infiernos y luego asciende de nuevo en la Gloria, trayendo consigo almas jubilosas, salvadas, redimidas. Cristo vence a la muerte en su propio reino, subvierte todas sus reglas, trastorna su misterio mismo, convirtiéndolo en instrumento y proclamación de Su grandeza.

El descenso a los infiernos en la obra de Santo Tomás de Aquino
El descenso a los Infiernos, o catábasis, es un tema recurrente en la literatura y la cultura de muchas civilizaciones. Pensemos en Orfeo descendiendo al Hades en busca de su esposa Eurídice, en Heracles que, en el último de sus trabajos, debe descender al reino de los muertos para capturar a Cerbero, el perro de tres cabezas que custodia el Hades. En su Summa Theologiae (Suma teológica) Santo Tomás de Aquino, teólogo, filósofo y Doctor de la Iglesia, tuvo entre otros el mérito de saber conciliar y conjugar la filosofía clásica y helenística con la teología cristiana. En su obra más importante, Santo Tomás afirma que Jesús descendió a los Infiernos por cuatro razones fundamentales:
- Cristo desciende a los Infiernos para cargar completamente sobre Sí los pecados de la humanidad y expiarlos. Las almas de los hombres que ya habían muerto seguían siendo portadoras del Pecado original, y sólo yendo en persona a liberarlas Jesús podía garantizarles la salvación. Por eso, para extinguir por completo el pecado, Cristo quiso seguir el destino del género humano en todos los aspectos, incluso con la muerte y el descenso a los Infiernos;
- Jesús amó a Sus amigos hasta el final («sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin», Juan 13-1). Pero además de los Apóstoles y discípulos vivos, también tenía amigos que ya habían pasado al reino de los muertos, y junto a ellos todos aquellos que habían dedicado su propia vida en espera del Mesías, como los profetas del Antiguo Testamento: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, y así sucesivamente. También a ellos va Su amor y Su esperanza de salvación, a los que hace tiempo que murieron, pero en la fe de Su venida;
- Descendiendo a los Infiernos, Jesús demuestra su victoria sobre el diablo. Desquiciando las puertas del reino de los muertos, subvirtiendo las reglas de la misma muerte, fue capaz de arrebatar las almas de los justos de las garras del demonio;
- Al morir, Jesús libera a todos los santos que esperaban en el limbo, como profetizó Oseas, profeta menor: «Los libraré del poder del sepulcro, y los rescataré de la muerte. ¿Dónde están, oh muerte, tus plagas? ¿Dónde está, oh sepulcro, tu destrucción?» (Oseas 13, 14).
Tomás de Aquino y la jerarquía de los ángeles
El 28 de enero es la memoria litúrgica de Santo Tomás de Aquino, ‘doctor angélico’ y autor del más famoso tratado de teología medieval
La Resurrección de Cristo
Así llegamos a la Resurrección de Cristo, al último acto de Su historia en el mundo de los hombres, vivos y muertos.
Al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Volvamos al Símbolo de los Apóstoles, al Credo, y en particular al momento en que, después de enumerar los acontecimientos de la vida de Jesús como hombre (nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado) se reconoce Su glorificación como Hijo de Dios y Salvador. La muerte de Jesús fue sólo un momento, una interrupción momentánea del inmenso flujo de amor que brotaba de Él y se derramaba sobre los que le rodeaban. Sus amigos, Sus discípulos, sólo sintieron Su ausencia por un instante, e inmediatamente lo encontraron de nuevo, en la luz y la gloria de la Resurrección, emblema de salvación para todos ellos, esperanza para todo hombre que vive, que vivirá y que ya ha vivido. Sólo tres días, y ni siquiera completos, entre la muerte y la Resurrección, tres días que simbolizan la duda, el miedo a ser abandonado por Dios, para luego poder reconocer y apreciar aún más la Salvación.
En la Resurrección, Jesús no se salva a Sí mismo, escapando de la muerte, sino que se reconfirma como salvador de toda la humanidad, reconfirma todo lo que fue Su mensaje, Su enseñanza hasta el momento de la muerte. Por eso consideramos que la Resurrección es el momento más alto de la historia de la cristiandad, el fundamento de la Fe y el punto de partida de la esperanza y la salvación para la humanidad.
