Juan, el discípulo predilecto de Jesús Pescador, como sus hermanos Simón Pedro y Andrés, tenía una relación especial con Cristo. Veamos juntos por qué
Ya hemos visto en muchas ocasiones cuánta importancia daba Jesús a la amistad, y cuánto valoraba a los amigos. Así fue para Marta, María y Lázaro de Betania, así para tantas mujeres que lo siguieron y escucharon sus palabras. Con más razón hay que pensar que Él estaba ligado por un vínculo profundo con los Apóstoles, sus discípulos más cercanos, los doce elegidos para compartir con él la vida cotidiana. Y entre ellos tenía un discípulo predilecto, con quien estaba ligado por una relación particularmente tierna: se trata del apóstol Juan, hermano de los apóstoles Simón Pedro y Andrés, autor del Cuarto Evangelio.
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En realidad, el nombre del discípulo predilecto no se revela en ningún Evangelio. Ni siquiera en el del propio Juan, que permanece anónimo, así como todos los demás Evangelistas, al fin y al cabo. En el Evangelio de Juan el apóstol nunca menciona su propio nombre, el único Juan del que habla es Juan el Bautista. Y, sin embargo, es precisamente en su Evangelio donde relata en varios pasajes la actitud afectuosa de Jesús hacia este misterioso discípulo predilecto:
Durante la Última Cena, cuando Jesús revela quién lo traicionará:
« Uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, Simón Pedro le hizo señas, para que preguntara quién era aquel de quien Jesús hablaba. Entonces el que estaba recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: «Señor, ¿quién es?»» (Juan 13, 23)
Debajo de la Cruz:
«Cuando Jesús vio a su madre, y vio también presente al discípulo a quien él amaba, le dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Y al discípulo le dijo: «Ahí tienes a tu madre.» Y a partir de ese momento el discípulo la recibió en su casa» (Juan 19, 26-27)
En ocasión de la Resurrección:
« El primer día de la semana, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra del sepulcro había sido quitada. Entonces fue corriendo a ver a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que Jesús amaba, y les dijo: «¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!»» (Juan 20, 1-2)
y otros. Por lo tanto, no es en los Evangelios, sino en la tradición que debemos buscar la identidad de este discípulo predilecto, aquel a quien Jesús amaba, y que tuvo un papel tan especial en Su muerte y Resurrección. Quizás porque precisamente el Amor es la clave para comprender un gran y terrible misterio como la Muerte, y sólo aquellos que saben acercarse a este gran misterio con un corazón inocente y puro pueden ser testigos y partícipes.
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Particularmente significativo es el pasaje que ve al discípulo amado por Jesús al pie de la Cruz. Sabemos que la tradición sitúa en esa posición a las tres Marías, las piadosas mujeres que siguieron a Cristo en sus últimos momentos. Ninguno de los doce Apóstoles de Jesús está presente en este momento alto y terrible, pero aquí aparece en el Evangelio de Juan el discípulo a quien Jesús amaba, que no sólo es testigo de la agonía de su Maestro, sino que recibe de Él la tarea de cuidar de la Virgen, Su madre, como si fuera también su hijo. También en este episodio es el amor el que toma el mando, incluso frente a la agonía y la Muerte. Jesús afronta su destino con un extremo acto de amor, encomendando el cuidado de Su madre al discípulo que ama y encomendándole el discípulo a ella, para derrotar el aniquilamiento y el mal que Le están venciendo.
En cuanto a la opción de dejar en el anonimato al discípulo predilecto, está dictada por la voluntad del Juan Evangelista de permitir que cualquiera que lea se identifique, porque en realidad cada discípulo de Jesús es un discípulo amado, especial, precisamente por ser único. Desde esta perspectiva, también aparece más claro uno de los últimos pasajes del Evangelio de Juan, cuando Pedro le pregunta a Jesús « ¿y qué de éste?» (Juan 21,21), refiriéndose precisamente al discípulo a quien Él ama, y Jesús le responde: « Si yo quiero que él quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.» (Juan 21,22), reiterando la necesidad del amor, no menos importante que el compromiso y la dedicación.
Pero, entonces, si Juan el Evangelista era el discípulo amado y predilecto, ¿por qué Jesús encomendó la fundación y custodia de la Iglesia a Pedro?
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Pedro también ama a Jesús, y esto a pesar de haberlo negado. Jesús mismo le pregunta por ese amor: «Cuando terminaron de comer, Jesús le dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero». Él le dijo: «Apacienta mis corderos». Volvió a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?», Pedro le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero». Le dijo: «Pastorea mis ovejas». Y la tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que la tercera vez le dijera «¿Me quieres?», y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas» (Juan 21,15-17).
Pedro es el primero entre los apóstoles. Incluso antes de la muerte de Jesús, es evidente su papel como líder y portavoz, como representante ante las autoridades y el pueblo. Pero también para él en la base de todo está amor por Jesús, y amor de Jesús por él, que lo elige a pesar de sus defectos, a pesar de su traición, como para mostrar que cada uno de nosotros, incluso el más indigno, puede aspirar a estar a Su lado, a ser investido por Él de grandes dones y tareas. Todo depende de saber demostrarlo, con el tiempo.
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