María Madre de la Iglesia: la fiesta instituida por el Papa Francisco

María Madre de la Iglesia: la fiesta instituida por el Papa Francisco

El lunes después de Pentecostés, el rito romano celebra a María Madre de la Iglesia. He aquí cómo nació esta fiesta

María de Nazaret puede preciarse no sólo de la primacía de haber sido la Madre de Jesús, sino, en el instante mismo en que esta humilde muchacha elegida por Dios fue visitada por el Ángel y consintió en llevar en su vientre y sobre sus hombros la terrible y maravillosa carga que se le pedía que aceptara, se convirtió en Madre de Dios y madre de los hombres. En el Niño representado en sus brazos en innumerables cuadros y estatuas que salpican la historia del arte y de la humanidad, cada hombre reconoce y redescubre la necesidad de afecto y protección, el consuelo infinito de un abrazo de madre que no exige nada y lo da todo, sin razones, sin preguntas, sin garantías, sólo por amor. Pero no se trata sólo de identificar a María como la Madre de todas las madres. Hay muchas fiestas marianas dedicadas a María, en sus diversas denominaciones, con todas las advocaciones marianas que se le atribuyen. En particular, el 1 de enero celebramos la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, pero desde 2018 también se ha establecido una fiesta especial para recordar la memoria de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia. Se trata, en concreto, de la fiesta de María Madre de la Iglesia, instituida por el Papa Francisco en 2018, que cae el lunes después de Pentecostés.

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Cómo nació la fiesta de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia

Ya el Papa Pablo VI, en noviembre de 1964, durante el Concilio Vaticano II, había definido a la Virgen María con este apelativo: Madre de la Iglesia, Mater Ecclesiae. Es decir, Madre de todo el pueblo cristiano, «tanto de los fieles como de los Pastores, que la llaman Madre amantísima» (Mater Ecclesiae 1965, 1, p. 5).

En 1975 se introdujo en el Misal Romano una Misa votiva en honor de la Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia, mientras que por voluntad del Papa Juan Pablo II en 1980 se incluyó la advocación mariana Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia en las Letanías Lauretanas, las súplicas dirigidas a Dios y a la Virgen María que se recitan durante el Rosario y que tuvieron su origen en la Santa Casa de Loreto.

En 1997, también apareció un párrafo en el Catecismo de la Iglesia Católica titulado «María – Madre de Cristo, Madre de la Iglesia».

Finalmente, en marzo de 2018, el Papa Francisco decretó la obligación de festejar la memoria litúrgica de María Madre de la Iglesia el lunes después de Pentecostés.

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Pero la historia de la consagración de esta fiesta es larga, y tiene sus orígenes en tiempos remotos, en particular en un día terrible en el que, al pie de una cruz, una madre desconsolada lloraba la suerte de su Hijo inocente condenado a morir por los pecados de los hombres, y ese Hijo, incluso en el momento extremo de la agonía, anteponía el bien de la madre y de todos los hombres al de sí mismo, confiándole un nuevo hijo al que cuidar y por el que ser cuidada. Hablamos, por supuesto, del Evangelio de Juan, cuando Jesús pide a la Virgen que considere a Su apóstol predilecto como a un hijo, y al propio Juan que cuide de María como si fuera su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y, luego: “Ahí tienes a tu madre” (Juan 19,25).

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Por qué cae el lunes después de Pentecostés

El significado revolucionario del episodio evangélico relatado por Juan es inmenso y ha inspirado a grandes teólogos y padres de la Iglesia, como San Agustín y San León Magno, a reflexionar y escribir sobre el doble papel de María, Madre de la Iglesia y Madre de Dios, que encuentra al pie de la cruz del Calvario su máxima celebración. San Agustín define a María madre de los miembros de Cristo, mientras que León Magno ya había afirmado la importancia de María como Madre de la Iglesia, reconociendo en el nacimiento de Jesús el nacimiento de la Iglesia misma y, consecuentemente, en María, que da a luz a la Cabeza de ese Cuerpo del que los cristianos son miembros, la Madre de la Iglesia. Así reza el capítulo octavo de la Lumen Gentium (Luz de los gentiles), la segunda de las cuatro constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Al aceptar a Juan como hijo, María acepta también a todos los Apóstoles, elegidos por Jesús como portadores de Su Palabra, y con ellos preside el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. De hecho, recordamos que cuarenta días después de la Ascensión de Jesús al Cielo, María y los Apóstoles se reunieron en Jerusalén para festejar la Shavuot, una especie de fiesta ligada a la cosecha en la tradición judía (Hechos de los Apóstoles 2,1-11). Mientras oraban juntos, fueron sorprendidos por un fragor ensordecedor, y el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego descendió del cielo para lamer las cabezas de todos los presentes. De repente, todos los Apóstoles descubrieron que podían hablar en todas las lenguas del mundo y en ese momento comenzó su misión ecuménica y, a todos los efectos, la creación de la Iglesia. El Espíritu Santo hace que la Iglesia sea viva, es el último de los dones de Cristo a Su Madre y a sus amigos más fieles, que investidos por esta fuerza divina se transforman en los miembros de Su cuerpo místico. Y para velar y proteger, para presidiar este momento fundamental en el que un grupo de hombres atemorizados y trastornados por la reciente pérdida de su Maestro toman conciencia de su misión, está precisamente María Madre de la Iglesia, tocada por ese mismo espíritu tanto y más que los demás, ya que ha llevado dentro de sí al Hijo de Dios del que todo surgió.

El día de Pentecostés nació el primer núcleo de la Iglesia católica, y desde 2018 la Fiesta de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia forma parte del Calendario Romano con la obligación de celebrarla el Lunes después de Pentecostés. Así lo decretó el Papa Francisco, y así se publicó en el decreto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos publicado el 11 de febrero, día de la memoria de Nuestra Señora de Lourdes.

Oración a María Madre de la Iglesia

Al final de la encíclica Lumen Fidei del 29 de junio de 2013, el Papa Francisco ya había incluido una especial Oración a María, Madre de la Iglesia y Madre de nuestra fe. Expresa muy bien el espíritu que anima la fiesta de María Madre de la Iglesia, esa voluntad de reconocer en ella a la Madre de todos los hombres, en nuestra singularidad de cristianos y en nuestro ser miembros de algo más grande y precioso.

¡Madre, ayuda nuestra fe!

Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.

Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.

Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.

Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.

Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.