San Luis Gonzaga, patrón de los jóvenes - Holyart.es Blog

San Luis Gonzaga, patrón de los jóvenes

San Luis Gonzaga, patrón de los jóvenes

San Luis Gonzaga es uno de esos jóvenes que, en la historia de la Iglesia, han dedicado su corta vida a cultivar las virtudes y cuidar a los demás. Jóvenes santos que viven en la eternidad, modelos de vida y de fe para los chicos de hoy

Hoy hablamos de San Luis Gonzaga, uno de los llamados «santos jóvenes». Y en su caso esta definición es más cierta que nunca, ya que San Luis es el patrón de los jóvenes. Canonizado en 1726 por el Papa Benedicto XIII, más tarde fue declarado protector de los estudiantes por este último, mientras que Pío XI lo nombró en 1926 patrón de la juventud católica.

De nuevo, en 1991 Juan Pablo II le confirió el patrocinio de los enfermos de SIDA.

Hemos dicho que San Luis Gonzaga es un santo joven. De hecho, como veremos, murió con apenas veintitrés años. La muerte de un niño o de una persona muy joven siempre es trágica. Afecta a toda la comunidad, transmitiendo una sensación de profunda impotencia e incredulidad. Es como si el final prematuro de una vida joven les quitara un poco de futuro y confianza a todos. Esto es porque a la gravedad de la muerte en sí misma se suma la conciencia de una vida cortada de raíz, de la anulación de todo lo que podría haber sido y nunca será. El mayor mérito de estos muchachos y muchachas es precisamente que supieron cultivar su espíritu en tan poco tiempo, realizando acciones tales que los hacen merecedores de la beatificación.

¿Qué nos muestran estos jóvenes santos, estas flores cortadas demasiado pronto, quizás porque están destinadas a adornar un Jardín celestial, al que sólo pueden aspirar los más dignos? Su lección es preciosa y doble: por un lado, nos enseñan que la santidad no tiene edad, que no es necesario haber vivido muchos años y adquirido una larga experiencia de vida para poder realizar acciones dignas de ser santificados.

Por otro lado, nos muestran cómo la verdadera inmortalidad reside precisamente en ser recordados a lo largo de los años y de los siglos en virtud de las buenas obras que se han realizado en una existencia por breve que ésta sea.

Este doble valor los convierte en modelos de referencia para sus compañeros de todas las edades, ejemplos a seguir e imitar, en los que inspirarse para encontrar coraje y fortaleza en los momentos difíciles. Nunca como en nuestro tiempo, en el que los jóvenes parecen haber perdido los valores de referencia, en el que es tan fácil abandonarse al desánimo, a menudo por motivos fútiles, se ha sentido la necesidad de tales ejemplos.

El 21 de junio se celebra a uno de estos santos jóvenes, emblema mismo de la juventud, el patrón de los chicos y chicas de todos los tiempos: San Luis Gonzaga.

La historia del santo

Antes de descubrir la historia de San Luis, queremos centrarnos en un aspecto un poco descuidado de su persona. De hecho, si nos fijamos en las estampas y las imágenes que lo representan como un delicado joven ataviado con la túnica jesuita en blanco y negro, con un lirio en sus manos delgadas y una mirada lánguida perdida en la contemplación de un crucifijo, la percepción que podemos tener de él es quizás un poco limitada. Porque ciertamente San Luis era un muchacho de aspecto amable, pero también era tan terco y decidido como para oponerse con todas sus fuerzas a la vida que otros habían decidido por él, para poder perseguir su sueño y dedicar su vida a Dios. Podemos hablar, por tanto, de un joven rebelde, y quizás a los jóvenes les resulte más fácil identificarse con un rebelde que con un coetáneo con una apariencia demasiado dócil y sumisa.

El hecho es que San Luis nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglione delle Stiviere, en la provincia de Mantua, hijo primogénito del marqués Ferrante Gonzaga, señor de Castiglione, y de Marta Tana de Chieri, la dama de compañía favorita de la tercera esposa de Felipe II de España, Isabel de Valois. Pertenecía, por tanto, a una de las familias más poderosas del Renacimiento italiano y, como primogénito, su padre lo designó como su heredero y puso en él todas sus esperanzas. Desde muy temprana edad, por lo tanto, Luis tuvo que seguir a su padre cuando se dedicaba a los ejercicios militares y pasaba revista a sus tropas. Lo hacía vistiendo una armadura de niño que Ferrante había hecho especialmente para él. El ambiente de los soldados ciertamente no era el más adecuado para un niño tan pequeño, pero Luis obedecía los deseos de su padre, quien quería iniciarlo en el oficio de las armas lo antes posible.

Sin embargo, ya a los siete años, el niño comenzó a mostrar cierta impaciencia por ese tipo de vida dedicada a la violencia y el abuso. Comenzó a orar cada vez con mayor frecuencia, sintiendo una temprana llamada a Dios. Su deseo de escapar de la vida mundana y a menudo turbulenta de los nobles de su tiempo aumentó cuando, enviado junto con su hermano Rodolfo a Florencia, entró en contacto con la corrupta corte del Gran Duque de Toscana Francisco de Médici. Le disgustaba tanto ese ambiente dedicado a las intrigas y la decadencia que se encerró cada vez más en sí mismo, hasta que, a los diez años, decidió hacer voto de no volver a ofender a Dios con el pecado. Comenzó a someterse a ayunos y, a menudo, a prácticas religiosas extremas, rezando en el piso de piedra de su propia habitación helada y esforzarse incansablemente para mantener su castidad y modestia. Su constante anhelo de santidad lo llevó a excesos que él mismo reconoció más tarde. Después de todo, al no tener a nadie que lo guiara y aconsejara en su camino espiritual, tuvo que tratar de encontrar su propio camino por sí mismo.

«Soy un trozo de hierro retorcido, y entré en la vida religiosa para ser enderezado” dijo de sí mismo una vez que se convirtió en Jesuita.

Mientras tanto se dedicó a estudiar: literatura, ciencia, filosofía y teología. Su padre no se resignó fácilmente a su cambio, mandándolo a muchas cortes italianas y europeas, con la esperanza de distraerlo de su obsesión religiosa. En Brescia, en 1580, Luis recibió su Primera Comunión de manos del cardenal Carlos Borromeo, que estaba de visita.

Su padre lo envió como paje a España, siguiendo a María de Habsburgo, viuda del emperador Maximiliano II.

Pero Luis estaba más decidido que nunca a seguir su propio camino. Efectivamente, en Madrid tenía un confesor Jesuita, y decidió entrar en la Compañía de Jesús. Sin embargo, se necesitaba la autorización de Ferrante, quien amenazó con azotarlo si no dejaba sus desvaríos religiosos. Pero al final fue él quien tuvo que rendirse.

Luis renunció al título de Marqués, en favor de su hermano menor, y Ferrante lo envió a Roma, con una carta al superior general de los jesuitas, en la que había escrito: “Hago saber a Vuestra Señoría Reverendísima, que le entrego lo que más quiero en este mundo”.

El 25 de noviembre de 1585, a la edad de diecisiete años, Luis Gonzaga ingresa como novicio en la Compañía de Jesús. Paradójicamente, el estilo de vida de novicio era mucho menos rígido y austero que el que se había impuesto en casa. Sus propios superiores le ordenaron comer más y rezar menos, y reducir las penitencias.

Vivió y estudió en Roma, ciudad que abandonó sólo por breves períodos. Aquí, en medio de las epidemias que estaban segando a la población, dedicó su joven vida al cuidado de los enfermos de peste y tifus. Y esto a pesar de haberle confesado a su referente espiritual que sentía un asco terrible ante la vista y el olor de los enfermos. En mal estado de salud, probado por ese durísimo estilo de vida, en 1591 cayó enfermo después de haber asistido a un enfermo del Hospital de la Consolación, enfermo de peste. Murió a los veintitrés años, con el nombre de Jesús en los labios, como Juana de Arco.

“Cuando los dos jesuitas llegaron a su lado, notaron un cambio en su rostro y se dieron cuenta de que su joven Luis se estaba muriendo. Sus ojos estaban fijos en el crucifijo que sostenía en sus manos, y al intentar pronunciar el nombre de Jesús, murió”. (Joseph Tylenda SJ, Jesuit Saints and Martyrs – Santos y mártires jesuitas).

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Santo protector de los estudiantes

Como ya hemos mencionado, el Papa Benedicto XIII declaró a San Luis protector de los estudiantes en 1729. Este título hizo que a lo largo de los siglos muchas congregaciones religiosas dedicadas a la educación de los jóvenes católicos se inspiraran en él: los Hermanos de San Luis Gonzaga, nacido en Holanda en 1840; las Oblatas de San Luis Gonzaga, fundadas en 1815; las Maestre Luigine (Maestras) de Parma.

Papa Juan Pablo II, que en 1991 fue en peregrinación a Castiglione, de Luis dijo: “Estoy aquí en este santuario histórico para celebrar con vosotros a San Luis Gonzaga, un joven modelo de juventud, que vivió hace mucho tiempo, pero que sigue siendo muy actual, porque está dedicado a los valores que nunca se desvanecen. Fue un heroico apóstol de la caridad. Se separó de todo para abrazar el Todo […] no despreció al mundo, al contrario, se consagró a Dios para amarlo más y mejor. Que su ejemplo os ilumine”.

Otros Santos jóvenes

Mencionábamos al comienzo del artículo que San Luis fue sólo uno de los jóvenes santos y beatos que han demostrado a lo largo de los siglos que la santidad no conoce límites de edad.

Queremos mencionar sólo algunos.

Santo Domingo Savio fue discípulo de San Juan Bosco, y murió con sólo catorce años. Profundamente devoto de la Inmaculada Concepción, asiduo a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, ayudo a Don Bosco y a cuarenta y cuatro de sus muchachos en 1856 durante la terrible epidemia de cólera, de la que todos salieron milagrosamente ilesos. Sin embargo, más tarde, enfermó de tuberculosis y murió antes de los quince años. Fue proclamado santo en 1954 por el Papa Pío XII.

Santa Águeda, patrona de Catania, vivió en el siglo III. El procónsul Quinciano se enamoró de ella y la persiguió, primero tratando de que una cortesana y sus hijas la sobornaran, luego encarcelándola y haciendo que la torturaran horriblemente. Águeda fue azotada y le arrancaron los senos con tenazas, luego sufrió la tortura de las brasas ardientes. Fallecida en la adolescencia, es una de las siete vírgenes y mártires mencionadas en el canon de la Misa.

Recientemente dedicamos un artículo largo y detallado a Santa Juana de Arco. Patrona de Francia, durante la Guerra de los Cien Años dirigió el ejército de Carlos, Delfín de Francia y más tarde rey, contra los británicos y sus aliados borgoñones. Traicionada por sus propios capitanes y abandonada por su Rey, fue quemada en la hoguera por los británicos a la edad de diecinueve años, después de un juicio falso en el que fue acusada de brujería y herejía.