Hablamos de Santo Tomás, el apóstol incrédulo, fidelísimo de Jesús, gran evangelizador, recordado más por su escepticismo, pero hombre de fe inmensa y sólida
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Entre los apóstoles que siguieron a Jesús hasta sus últimos días hay uno que es recordado casi exclusivamente por un episodio, que además no le hace particularmente justicia: hablamos de Santo Tomás, el apóstol incrédulo. En realidad, Santo Tomás, cuyo nombre en arameo significa “gemelo”, al igual que su apodo en griego Dídimo, fue un apóstol entusiasta y lleno de gran fervor. Sólo que, desde el punto de vista del carácter, debía de ser un poco pesimista, además de poco propenso a confiar. Lo vemos prácticamente en todos los pasajes del Evangelio en los que se le menciona.
El capítulo 11 del Evangelio según San Juan, por ejemplo, narra la decisión de Jesús de ir a Betania, donde viven sus amigos Marta, María y Lázaro. Éste último está enfermo y las hermanas, desesperadas, han ido a implorar Su ayuda. Pero en Judea hay muchos que odian a Jesús, y su regreso a Betania podría resultar peligroso. De las muchas expresiones de disentimiento de los apóstoles, la de Tomás es sin duda la más lapidaria. A Jesús, que exhorta a los apóstoles a marcharse porque Lázaro ya ha muerto, Tomás responde: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (Juan 11,16). Una respuesta un tanto ácida que, sin embargo, no impide a Tomás seguir a su Maestro y arriesgarse con él.
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Incluso en la Última Cena emerge el escepticismo de este apóstol del que no sabemos prácticamente nada. De nuevo en Juan, capítulo 14, Jesús declara que va a preparar para todos un lugar en la casa del Padre. «Y ustedes saben a dónde voy, y saben el camino» dice, a los apóstoles inciertos. Y aquí está Tomás dando voz a lo que probablemente era la perplejidad de todos, pero que los demás no quisieron expresar. «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino?». Casi hace sonreír imaginar a Santo Tomás apóstol como uno de esos amigos que están presentes en todas las compañías, que participan en las actividades comunes, que nunca se echan atrás y siempre están dispuestos a ayudar, pero que refunfuñan y se oponen a todas las propuestas. Este podría haber sido su papel entre los 12 apóstoles.
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“Si no veo, no creo”
Después de conocer a Tomás en los episodios anteriores de los Evangelios, quizá sea más comprensible su comportamiento en el momento de la Resurrección de Cristo. Ante los compañeros emocionados que cuentan haber visto a Jesús resucitado de entre los muertos, emerge de nuevo el habitual escepticismo de Tomás: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré de ningún modo» (Juan 20, 25). Ocho días después, Jesús se aparece a los discípulos reunidos. Entre ellos está Tomás, y Cristo se dirige a él: «Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Juan 20, 27). En este momento, Tomás ya no tiene dudas y se dirige a Jesús de esta manera: «¡Señor mío, y Dios mío!». La respuesta de Jesús («Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron, y creyeron») no revela ningún rencor hacia este amigo testarudo, desconfiado y quizá un poco pesimista. Al contrario, Tomás resulta una figura extremadamente humana, cercana a cada uno de nosotros, emblema de las dudas que conducen a una mayor conciencia, de la incertidumbre que alimenta la fe.
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La incredulidad de Santo Tomás
El episodio de la incredulidad de Santo Tomás ha sido objeto de innumerables representaciones artísticas. En realidad, la iconografía de este Santo es muy variada. Antiguamente se le representaba con un libro, atributo iconográfico común a todos los Apóstoles, o con una espada o lanza en el puño, arma con la que fue asesinado, y la palma, símbolo del martirio. Pero en otras representaciones le vemos con una escuadra de arquitecto. De hecho, Santo Tomás es, entre otras cosas, el patrón de los arquitectos y geómetras, así como de la India y Pakistán. Según la leyenda, el rey de la India entregó al santo la escuadra de dibujo (o vara de olivo) tras haber dibujado prodigiosamente el plano del palacio real. Desde entonces, la escuadra de dibujo se ha convertido en uno de sus atributos iconográficos.
Otra escena con Santo Tomás como protagonista que se repite en el arte sacro está tomada de los evangelios apócrifos. Tomás, siempre sospechoso, no quería creer en la Asunción de María. Para convencerle, la Virgen se le apareció desde el cielo y le arrojó su cinturón.
Volviendo a la escena de la incredulidad, fue representada, entre otros, por el pintor italiano Caravaggio en un famoso cuadro al óleo realizado entre 1600 y 1601 y expuesto en la Pinacoteca del Palacio Sanssouci de Potsdam. El cuadro muestra, con el estilo sublime y el juego de luces y sombras que han hecho tan grande la obra del pintor, el momento exacto de la constatación por parte de Tomás de las heridas en el cuerpo de Jesús.
Santo Tomás y su obra de evangelización
Pero Santo Tomás fue también protagonista de una gran obra de evangelización, que lo llevó a Siria, Persia, India y China. Tras estar en Siria y evangelizar Edesa, se trasladó a Babilonia, en Mesopotamia, donde fundó la primera comunidad cristiana y permaneció allí durante siete años. Después fue a la India, donde frecuentó comunidades judías haciendo prosélitos, y de la India se dirigió a China. Una vez de vuelta en la India, sufrió el martirio en el año 72 d.C., asesinado con una lanza (o espada) por orden del rey Misdai (en siríaco Mazdai).
Evangelio de Santo Tomás
De Santo Tomás tenemos también un Evangelio apócrifo, un texto copto que no relata la vida de Jesús, como los Evangelios canónicos, sino que recoge Sus palabras. Recordemos que los evangelios apócrifos, a menudo fragmentarios, son posteriores a la época apostólica definida y no han sido reconocidos como canónicos por el magisterio de la Iglesia. Vinculados al nacimiento de las primeras comunidades cristianas, se redactaban para profundizar en los temas planteados por los Evangelios canónicos y recabar más información sobre la vida de Jesús y de quienes le habían conocido. En el Evangelio según Tomás, el Reino de Dios ya está en la Tierra, visible sólo para los hombres dispuestos a dejarse iluminar por la luz divina, presente en cada uno de ellos. Para un pesimista crónico, ¡no parece una mala suposición!
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